Valeska llegó a casa con la mirada perdida y los pasos apurados. Empujaba el cochecito de Adrián con una mano temblorosa, tratando de mantener la compostura mientras buscaba las llaves en su bolso.

Abrió la puerta con dificultad, como si incluso eso le costara más de lo normal.

Respiró hondo antes de entrar, intentando ocultar la frustración que le latía en la cara, pero lo cierto es que la tensión la seguía envolviendo como una segunda piel. Una vez adentro, dejó el bolso sobre la mesa de la entrada, se agachó con suavidad para sacar a su hijo del coche y lo cargó en brazos unos segundos antes de colocarlo con cuidado en su sillita acolchada del salón. El bebé se removió un poco, pero no lloró.

No quería hablar, no quería explicar nada, pero sabía que eso sería casi imposible.

En el interior de la casa, su padre estaba sentado en el sofá, leyendo con las gafas a medio poner. En cuanto la vio cruzar el umbral con el rostro serio, alzó la vista y frunció el ceño. No le dijo nada de inm