Fabricio tenía las manos en el volante, pero de vez en cuando le echaba una mirada lateral a Valeska, como si temiera que se desvaneciera de repente o que explotara en llanto, aunque ella no era de las que lloraban fácilmente.
Había pasado por mucho para que una lágrima la sorprendiera sin permiso, y, sin embargo, esa mirada que Lisandro le lanzó a Iskra antes de irse con ella, esa manera de ignorarla como si fuera nada, como si no hubiera sido su esposa, su compañera… eso sí que dolía. No porque aún lo amara —aunque tal vez sí—, sino porque no podía soportar la humillación de haberse ilusionado otra vez.
El coche se detuvo de golpe en el semáforo en rojo y, justo cuando Valeska estaba por hacer el esfuerzo de tragar saliva y sacar algún comentario casual que maquillara su decepción, sintieron un fuerte impacto por detrás. El vehículo se sacudió apenas, lo justo para que sus cuerpos se movieran hacia delante y volvieran a su sitio con un leve sobresalto.
Fabricio soltó un insulto por