CAPÍTULO 65
IGNACIO
El murmullo de los invitados se apaga poco a poco, como si el aire mismo supiera que está por ocurrir algo único. El sacerdote hace una seña, la música comienza a sonar y mi corazón late con tanta fuerza que temo que todos lo escuchen. Me acomodo en mi lugar, respiro hondo y fijo la mirada hacia la entrada del salón. Sé que ella aparecerá en cualquier momento.
Y entonces sucede.
Monserrat.
Avanza tomada del brazo de su abuelo, con paso lento y seguro, como si cada movimiento estuviera escrito en un destino al que finalmente hemos llegado. Decir que está preciosa es quedarse corto. Ella es todo: dulzura, fortaleza, belleza, esperanza, amor, mi amor.
Contengo las lágrimas que se me agolpan en los ojos. Nunca me ha gustado mostrarme vulnerable, pero hoy no se trata de orgullo, se trata de amor. Y el amor me sobrepasa, me quiebra, me sostiene.
El abuelo de Montse se detiene frente a mí. Su mirada es serena, pero sus labios tiemblan al entregarme la mano de su nieta. La