MONSERRAT
La boda estaba a la vuelta de la esquina y cada día parecía avanzar con una velocidad imparable. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo desde que Ignacio me puso aquel anillo de compromiso en el dedo, y ahora, en cuestión de días, caminaría hacia él vestida de blanco, con toda nuestra familia y amigos como testigos.
No escatimamos en gastos, ni siquiera lo intentamos. Era la única hija y nieta de los Belmont, y del hijo mayor de los Fernández, único varón en su generación. Ignacio tenía dos hermanas pequeñas, adorables pero muy diferentes a él; aún así, estaba claro que él era el orgullo y el heredero natural de su