JULIAN
El olor a aceite quemado y caucho nuevo impregna cada rincón del taller. Ese aroma siempre me golpea en el pecho como si fuera mi droga personal. Puedo reconocerlo con los ojos cerrados y saber que estoy en casa. Mis dedos rozan la pintura aún fresca del nuevo auto, ese monstruo con el que voy a correr la próxima temporada. Todavía está cubierto con una manta gris, pero ya puedo sentir su poder como si respirara debajo de la tela.
Santiago, el jefe de mecánicos, camina alrededor del coche con un cuaderno lleno de anotaciones y manchas de grasa. No hay nadie que conozca mejor mis caprichos que él. Frente a mí, con su inseparable celular en la mano, está Tomás, mi relaciones públicas y la pobre