CAPÍTULO 44
MONSERRAT
Desde que puse un pie en el evento de la presentación del nuevo coche de Belmont, sentí que todo era distinto. No era la primera vez que asistía a una de estas fiestas; había estado en muchas antes, correteando entre los pasillos, escondiéndome detrás de las mesas y observando a mi abuelo cerrar negocios importantes mientras mi abuela se aseguraba de que nadie me dejara sin postre. Pero ahora… ahora la niña había quedado atrás.
Ya no era la nieta pequeña que jugaba en los rincones. Esta vez, estaba allí como parte de la empresa, con un lugar ganado —aunque todavía pequeño— en un proyecto que había exigido días enteros de esfuerzo. Y lo notaba en la forma en que la gente me saludaba. Ya no me palmeaban la cabeza ni me decían “qué grande estás”; ahora me estrechaban la mano, me miraban con respeto, me felicitaban.
Y sin embargo, la seguridad que aparentaba se tambaleaba dentro de mí.
Julián me había dicho horas antes que prefería no hacer pública nuestra relación.