JULIAN
El dolor de cabeza seguía instalado como un martillo detrás de mis sienes. El agua fría de la ducha no había bastado para borrarlo, tampoco para acallar la sensación de culpa que me recorría de pies a cabeza.
Me apoyé contra el lavabo, con el espejo devolviéndome un reflejo que no quería mirar. Ojeras marcadas, cabello húmedo pegado a la frente, y unos ojos que evitaban enfrentar la verdad.
Lo primero que me pregunté, antes incluso de asumir lo que había hecho, fue si nos habíamos cuidado. La idea se instaló como una alarma en mi mente: ¿y si había sido un error irreparable?