CAPÍTULO 21
IRINA
Sabía que tarde o temprano iba a pasar. No era ingenua. Desde el momento en que vi a Julián y Monserrat cruzarse las primeras miradas en este viaje, entendí que la tensión que había entre ellos tarde o temprano iba a explotar… y, para mi desgracia, no me equivoqué.
Esa noche, mientras el resto del grupo regresaba al hotel después de la excursión, vi a lo lejos una escena que me revolvió el estómago. Caminaban juntos, muy juntos. Ella sonreía como si nada más en el mundo importara, y él… bueno, él tenía esa mirada que no le había visto con ninguna otra. Una mezcla de concentración y suavidad que me hizo querer arrancarle esa expresión de la cara.
Me quedé quieta, observando. No fue que estuvieran abrazados o besándose en ese instante, pero no hacía falta. La forma en que sus cuerpos se inclinaban uno hacia el otro decía más que cualquier gesto evidente. Lo sentí como una confirmación de lo que yo quería evitar… ya estaba sucediendo.
No voy a mentir: no es que yo esté