CAPÍTULO 152
MONSERRAT
El olor a desinfectante me arde en la nariz.
Hace horas que estoy sentada en esta sala de espera, mirando sin ver. No tengo noción del tiempo. No sé si han pasado minutos o toda una vida desde que trajeron a Julián. Nadie nos dice nada. Nadie.
El silencio del hospital es insoportable.
De vez en cuando se escucha el sonido metálico de una camilla o el murmullo de una enfermera, pero ninguna se detiene.
Pregunto una y otra vez por él, y siempre recibo la misma respuesta vacía: “No tenemos novedades aún, señorita. El paciente sigue siendo atendido.”
No puedo más.
Me duele la cabeza, me tiemblan las manos, tengo ganas de vomitar, pero nada importa.
Solo quiero saber si está vivo.
Apoyo los codos sobre las rodillas y me cubro la cara con las manos.
Siento que todo se me desmorona.
Hace unas horas estaba en una reunión de accionistas hablando de esperanza, de reconstrucción, de salir adelante. Y ahora… ahora no puedo ni pensar.
Escucho pasos apresurados.
Levanto la v