CAPÍTULO 139

CAPÍTULO 139

CARLOS

Me encanta el olor del café a media mañana en una cafetería de pueblo: amargo, directo, sin pretensiones. Aquí nadie me conoce, nadie me mira con demasiada curiosidad; puedo ser un pasajero más, un ejecutivo en tránsito, uno más de los que llenan las mesas con papeles y llamadas. Eso facilita las cosas. He venido hasta este lugar a propósito: es lo suficientemente lejos de la ciudad como para que nadie sospeche de un encuentro, pero no tanto como para perder control. Me siento en la mesa junto a la ventana y pido dos expresos. Estoy esperando.

He dejado la empresa, oficialmente. Fue necesario; mi salida limpia la evidencia de mi presencia activa. Dejé atrás el despacho, las tarjetas de presentación y los almuerzos que eran más cenas que otra cosa. Pero no me fui completamente. Dejé gente. Semillas sembradas en los lugares correctos. No soy tonto: no se gana una posición con la rapidez que gané sin entender que las piezas se colocan y luego se manipulan.

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