MONSERRAT
El día había sido largo, uno de esos en los que parece que las horas se repiten como si fueran un círculo sin fin. Documentos, reuniones, llamadas interminables… y al final, la sensación de que apenas había logrado avanzar un par de pasos dentro de ese laberinto en el que se había convertido la empresa. Cuando por fin Javier nos esperaba afuera, me sentí un poco más ligera: el simple hecho de saber que volvería a casa con mi abuela, en silencio, me regalaba un alivio que no encontraba en ningún otro lugar.
El camino de regreso fue tranquilo. Apenas hablamos en el auto. Cristina se quedó mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos, mientras yo repasaba mentalmente todo lo que hab&