CAPÍTULO 128
JULIAN
Tenerla tan cerca, tan cerca sentada en el asiento de copiloto, me quemaba.
No podía apartar la vista de sus manos, de cómo jugaba nerviosa con la alianza en su dedo. Una alianza que ya no significaba nada, pero que para mí era como un recordatorio constante de que alguien la había tenido antes. Era ridículo sentir celos de un fantasma, de alguien que ya no estaba… y, sin embargo, me ardía por dentro.
Quería acercarme más, quería extender la mano y tomar la suya, pero no lo hice. No quería asustarla, no quería que pensara que estaba forzando nada. Lo último que deseaba era que se alejara otra vez.
El silencio del auto estaba cargado de tensión, como si cada respiración suya chocara contra la mía.
No quería llevarla a su casa.
Quería cualquier excusa para seguir con ella, pero entendía que tenía que esperar. Ella debía dar el primer paso, aunque por dentro mi deseo era más fuerte que nunca.
Cuando llegamos, reconocí de inmediato la fachada de la casa de sus abuelos.