CAPÍTULO 129

CAPÍTULO 129

CARLOS

Hoy la oficina huele a silencio y a café recién hecho, y por una vez me permito disfrutarlo. Me siento en mi escritorio con la taza entre las manos y dejo que la ciudad se mueva sin mi intervención. Las paredes acristaladas me dan una perspectiva cómoda: veo el ping-pong de coches en la calle, las pequeñas corrientes de gente que entran y salen de los edificios vecinos. Es un buen día. Nada demasiado ruído, nada que me obligue a ponerme en guardia. Justo lo que necesito para ordenar ideas, pensar en los próximos movimientos. En cómo acercarme a Montse sin parecer desesperado. En cómo afianzar el terreno que estoy ganando.

Tomo un sorbo largo de café y disfruto la tibieza. Reviso unos correos, dejo respuestas para más tarde. Pienso en un par de frases ingeniosas para invitarla a cenar —no me gusta llamarlo ‘invitarla’, suena demasiado formal; prefiero que sienta que es una coyuntura—. La imagino aceptando, recibiendo mis palabras con esa mezcla de sorpresa y distanc
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