CAPÍTULO 123

CAPÍTULO 123

CARLOS

Llegué puntual al restaurante, como siempre. La puntualidad es una virtud que abre puertas, que muestra poder, que coloca a los demás en deuda contigo. Me acomodé en la mesa que había reservado días antes. El lugar era elegante, discreto y caro, pero no tanto como para arruinar mi noche con gastos innecesarios. El lujo se mide en precisión, no en derroche. Lucrecia me había insistido mil veces en que la trajera aquí, estaba loca si pensaba que ella valía lo que costaba una cena en este lugar. Le agradecería más tarde la sugerencia para traerla a Monserrat aquí.

A los diez minutos de estar ahí, la vi entrar. Mi respiración se agitó apenas un segundo. El impacto de su presencia era innegable: se movía con esa seguridad que no siempre había tenido, pero que últimamente llevaba como una segunda piel. El manager del restaurante la condujo hasta mi mesa, y mientras avanzaba, todos los ojos se posaban en ella. No podía evitar sonreír: así la quería, admirada, en el centr
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