Me quedé acostada en la cama, completamente despierta, incapaz de conciliar el sueño.
Aún podía sentir la ansiedad de mi loba, inquieta y agitada. Ella tampoco lograba descansar. Así que subí al techo, contemplando nuestra casa desde arriba, la que solía ser mi hogar, bañada por la suave luz de la luna.
Quería calmar a mi loba y calmarme a mí misma.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me había detenido a apreciar la belleza de la luna, y aún más tiempo desde que nuestra familia se había reunido verdaderamente bajo ella.
Parecía que desde que Esperanza había llegado, nunca hubo un reencuentro apropiado; durante el último ritual de caza, se había torcido el tobillo. El Día de Luna Llena, le dio una fiebre repentina. Cada uno de mis cumpleaños, todos y cada uno, le pasaba algo, ya fuese algún accidente o emergencia.
Y, cada vez, yo quedaba en el olvido.
Ricardo corría a llevarla a la enfermería, con mis cachorros siguiéndolo como sombras obedientes.
Ni una palabra para mí, y, cada vez que intentaba expresar lo herida que me sentía, Ricardo siempre me silenciaba con la misma frase cortante.
—Eres la Luna y su cuñada. ¿Por qué no puedes preocuparte por su salud en lugar de pensar siempre en ti misma? ¿Por qué eres tan egoísta?
Entonces, Cristóbal intervenía:
—Mamá, siempre nos enseñas a ayudar a los lobos necesitados. ¿Por qué eres tan fría con Esperanza?
Seguido por Diego, como un eco.
—Mamá, deberías predicar con el ejemplo. Esperanza perdió a sus padres. En lugar de consolarla, ¡le haces todo más difícil!
Siempre era el mismo guion, la misma escena. Me daban la espalda, jugando, riendo, siendo felices sin mí.
Con el tiempo, lo entendí: yo era solo la suplente en esa casa.
Pero ahora... ya no me importaba.
Junto a mí, escuché a mi loba llorar suavemente.
Su voz tembló a través del vínculo. «Es hora de cortar esta conexión.»
Justo cuando me perdí en el pasado, una risa aguda y penetrante desgarró el silencio como una daga en mi pecho. Volví a la realidad, solo para ver a Esperanza parada detrás de mí, con sus ojos brillando con malicia.
Se acercó, con una sonrisa viciosa torciendo sus labios. Mi loba gruñó profundamente en mi interior, alerta y lista para luchar. Pero la calmé, colocando una barrera firme entre nosotras y la ira.
—Carmen, te he estado buscando —dijo dulcemente, con sorpresa fingida en su voz—. No esperaba encontrarte aquí arriba.
En su mano sostenía mi collar de luz de luna, el que Ricardo me había regalado.
—Ricardo dijo que está planeando un ritual para su octavo aniversario —agregó, sosteniendo el collar en alto para que captara la luz de la luna—. Me pidió que te lo devolviera. —Su voz se volvió empalagosamente dulce—. No aceptaré un regalo que no me pertenece —dijo, fingiendo entregármelo.
Justo cuando mis dedos se extendieron, lo soltó.
El collar se deslizó entre sus dedos, cayendo al suelo y rompiéndose en pedazos.
—Oh... perdón, Carmen —jadeó, su voz espesa por la burla—. No lo hice a propósito.
Entonces se rio, fuerte y triunfante, como una villana parada sobre su victoria.
—¿Por qué me tratas así, Esperanza? —pregunté en voz baja pero firme, mirándola fijamente—. Nunca te he lastimado, ni una sola vez...
—Ja, ja, ja... —me interrumpió, riendo más fuerte.
Entonces, su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mirada fría y venenosa.
—¿Quieres saber por qué? —siseó—. ¿Por qué tú llegaste a ser Luna? ¿Por qué tienes un compañero alfa poderoso que te ama? ¿Por qué tienes cachorros gemelos que te adoran, mientras yo quedé huérfana, sola en este mundo? ¿Por qué tuve que mendigar migajas, mientras tú vivías rodeada de amor y luz? ¿Quieres saber qué les dio la bondad a mis padres? Nada, su sacrificio me dio una cosa, esta oportunidad. Y no la desperdiciaré, no seré abandonada por segunda vez.
Justo cuando cayeron sus palabras, Esperanza se desplomó de repente, luego rodó del techo con un grito agudo que perforó la noche.
Antes de que pudiera reaccionar, ya había golpeado el suelo con un ruido nauseabundo.
Mis brazos permanecieron congelados en el aire, atónita. No esperaba que llegara tan lejos como para lastimarse a sí misma.
En segundos, Ricardo salió corriendo desde su ventana. Cuando la alcanzó, encontró a la loba tendida allí, flácida y rota, sus huesos estaban visiblemente fuera de lugar y su respiración era superficial.
—¡Esperanza! ¿Qué pasó?
Se dejó caer de rodillas, acunando su cuerpo frágil entre sus brazos.
Los labios de la loba temblaron, y, con un dedo débil, señaló... hacia mí.
Los ojos de Ricardo siguieron su dirección y se fijaron en los míos. Yo seguía parada allí, con mi brazo medio alzado con incredulidad.
—¡¿Carmen?! —Su voz se quebró por la ira—. ¿La empujaste del techo? ¡¿Estás tratando de matarla?!
Antes de que pudiera decir una palabra, Cristóbal y Diego llegaron corriendo desde adentro, alarmados por el estrépito.
—Mamá... ¿es cierto? —gritó Cristóbal, arrojándose junto a Esperanza, con las lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¡¿Cómo pudiste ser tan cruel con ella?!
Diego se adelantó, con los ojos ardiendo de furia.
—¡Dijiste que serías buena con ella! ¡Nos mentiste! ¡Nos traicionaste a todos!
Abrí la boca, mi voz temblaba.
—Ricardo, yo...
—¡Basta! —El rugido de Ricardo resonó por la oscuridad, haciendo temblar el aire.
Su cuerpo temblaba de ira, y pude sentir a su lobo al borde de perder el control.
—¡Le pedí que te devolviera el collar, y así es como se lo pagas! Sabes que su loba no se ha recuperado completamente, es solo una omega, pero, aun así, ¡la atacaste! Has ido demasiado lejos, Carmen. ¡Ya no confiaré en ti!
Sin mirarme una vez más, levantó a Esperanza suavemente sobre su espalda y desapareció en la oscuridad, con Cristóbal y Diego siguiéndolo de cerca.
Se habían ido, dejándome atrás como si nunca hubiera importado.
Esa noche no regresaron.
A la mañana siguiente, cuando abrí los ojos, el primer pensamiento que cruzó mi mente fue frío y claro: «Me voy hoy. Y nunca regresaré.»
Empaqué mis pertenencias, solo unas pocas ropas y algunos documentos personales, ninguna foto, ningún recuerdo.
En silencio, salí del que solía ser mi hogar.
Afuera, un auto negro ya me estaba esperando. Santiago y Sofía estaban adentro, con expresiones serias.
Viendo la máscara sin emociones en mi rostro, Santiago vaciló antes de hablar.
—Carmen... ¿estás realmente segura de esto? Esta es tu última oportunidad de retractarte antes de que encienda el auto.
Lo miré directamente a los ojos, y, con voz firme e inquebrantable, respondí:
—Dije que no me echaría para atrás y lo decía en serio.
—Pero... ¿le has dicho a tu familia? Ricardo no es solo tu compañero, es el alfa. Tiene derecho a saber adónde vas. Esto no es un viaje corto, Carmen, te vas por quince años y dejas a tus cachorros atrás...
Hice una pausa, conflictuada por apenas un respiro. Entonces, intenté hacer enlace mental con Ricardo... pero él lo cortó.
Saqué mi teléfono y marqué su número.
La línea sonó una y otra vez. Justo cuando estaba a punto de colgar, finalmente respondió, con vos fría e impaciente:
—¿Por qué sigues molestándome? ¿No puedes ver que hemos estado en la enfermería con Esperanza toda la noche?
Su tono era como hielo, pero ya no tenía el poder de lastimarme.
—Ricardo, solo quería decirte...
—¡Carmen! —me interrumpió bruscamente—. ¿Cómo puedes ser tan desalmada? ¡Pensé que llamabas para preguntar cómo estaba Esperanza, pero no, solo piensas en ti misma! Te dije que iría a recogerte esta noche para nuestro ritual, y cumpliré mi palabra, ¡a diferencia de ti! Ah, y deberías agradecerle a Esperanza. Sus heridas no fueron tan graves, así que nuestro ritual de aniversario aún puede continuar.
Su voz goteaba desprecio, como si esperara que me sintiera avergonzada, pero no lo hice.
En cambio, respondí, con un tono tan duro como el acero:
—No asistiré esta noche porque estoy cortando nuestro vínculo, me voy al Territorio del Norte.
Silencio.
Entonces, su voz sonó incierta de repente.
—Carmen... ¿qué estás diciendo? ¿Cortar nuestro vínculo? ¿Qué quieres decir...
No lo dejé terminar y me limité a colgar.
Entonces, sin vacilar, bajé la ventana y arrojé el teléfono.
El auto comenzó a moverse, y nuestra casa desapareció detrás de mí, tragada por el bosque y el pasado.
Me iría.
Para siempre.