El tiempo voló rápidamente, y antes de darme cuenta, había pasado mi primer Día de Luna Llena en el Territorio del Norte.
Encontré paz en esa tierra lejana, sin discusiones, traiciones, o calumnias.
Mis días eran sencillos, pero plenos: entrenamiento, ejercicios de combate y vigilancia de las fronteras.
Justo cuando estaba a punto de salir para la carrera nocturna de la tribu, Santiago se acercó a mí.
—Carmen, alguien te está esperando en el salón principal para verte —dijo en voz baja.
En el momento que lo escuché, mi corazón se agitó y tuve un presentimiento. Pero antes de que pudiera hablar, Santiago me miró con ojos suplicantes, rogándome en silencio que no me negara.
Me tragué las palabras y lo seguí al salón.
Como era de esperarse, Ricardo estaba ahí, también estaban mis cachorros gemelos.
Corrieron hacia mí en cuanto me vieron.
—¡Mamá! ¡Te extrañé tanto! —Cristóbal se lanzó a mis brazos, sollozando.
—¿Por qué viniste a un lugar tan lejano?
—Por favor, ven a casa con nosotros, ma