4

Alexander

El poder no es un privilegio. Es una defensa.

Eso me lo enseñaron a la fuerza.

Por eso leo los informes con obsesiva puntualidad. Por eso mando a verificar cada dato, cada nombre. No confío en nadie que no haya intentado traicionarme al menos una vez. Y esta semana, en particular, no puedo dar espacio a errores. Blackstone Inc. está a punto de cerrar uno de los acuerdos más grandes del año. No necesito distracciones.

Excepto que ella ya lo es.

Mia Donovan.

Su nombre no debería estar en mi cabeza a estas alturas. Una simple abogada más. Competente, sí. Insolente, también. Pero reemplazable.

Sin embargo…

Desde el momento en que me enfrentó en el evento, frente a mis propios socios, se metió bajo mi piel como una astilla. Invisible. Dolorosa.

Y por eso estoy leyendo su informe personal por tercera vez. No porque me importe, por supuesto. Sino porque cada debilidad debe conocerse antes de que se convierta en un problema.

Una línea resalta entre las demás.

“Donovan, Liam. 22 años. Paciente oncológico en tratamiento desde hace dos años. Centro privado. Costos anuales estimados: 250.000 USD.”

Interesante.

La reunión de las once se retrasó. Entró sin tocar, como si esta oficina fuera parte de su terreno. Llevaba el cabello suelto esta vez. Error táctico. La hacía ver más real. Menos escudo, más carne.

—¿Me llamaste? —preguntó, cruzando los brazos con esa actitud que ella cree desafiante.

Me giré lentamente en mi silla, entrelazando los dedos.

—Lo hiciste bien con el evento —comencé—. Pero no olvides por qué estás aquí, Mia.

Ella arqueó una ceja, sin disimular su fastidio.

—¿Ilumíname, Alexander?

—Porque necesitas este trabajo más de lo que quieres admitir.

Hubo un segundo de silencio. Uno pequeño. Lo suficiente para ver cómo su postura cambiaba casi imperceptiblemente. Un pestañeo más lento. Un movimiento defensivo de sus hombros.

—¿Qué sabes? —susurró.

—Tu hermano, Liam. Está en tratamiento experimental en una clínica privada. Costoso. Difícil de sostener sin un ingreso estable.

La rabia en sus ojos fue instantánea. Un fuego azul que casi quemaba.

—¿Estás espiándome?

Me puse de pie con calma, caminando hasta quedar frente a ella.

—Estoy cuidando mis inversiones. Y tú, Mia, eres una inversión interesante. Pero frágil. Basta un movimiento… —hice una pausa, como si lo pensara— …y todo se puede derrumbar.

—¿Estás amenazándome?

—Estoy recordándote quién tiene el control.

Ella me empujó con fuerza, pero no di un paso atrás. Solo la miré, impasible, disfrutando del temblor contenido en sus labios. De su orgullo en pie de guerra.

—Odia todo lo que quieras —le dije—. Pero no olvides por qué no puedes irte.

Se marchó sin responder. Y por un momento, pensé que ahí terminaba todo.

Pero no.

Porque cuando la puerta se cerró, lo que quedó fue culpa.

Y un calor extraño que se alojó justo donde no debía.

No debería importarme su historia. No debería importarme su hermano, ni sus problemas, ni esa forma que tiene de mirar como si el mundo entero la estuviera traicionando. No debería recordar la última vez que confié en alguien… y cómo terminó todo.

—¿Sabes qué es lo peor de ti? —me dijo Claire, esa noche.

Mi abogada. Mi prometida. Mi traición más precisa.

—Que te crees intocable. Pero todos tenemos un punto débil. Hasta tú, Alexander.

Y luego, el escándalo. La filtración de documentos. La demanda. El intento de destruir todo lo que construí.

Nunca más.

Desde entonces, cada relación se basa en control. En poder. En distancia.

Y sin embargo…

Mia.

La forma en que pelea. Cómo no se quiebra, aunque tiemble. Cómo me desafía aunque sabe que puedo aplastarla.

Ella me está distrayendo. Me está haciendo perder el equilibrio.

Y eso la convierte en un problema.

Uno que no sé si quiero resolver… o mantener.

Cierro la carpeta. Apago la pantalla.

Y me quedo mirando al vacío.

Por primera vez en años, el poder no se siente suficiente.

Y eso es peligroso.

Porque hay dos cosas que nunca permito en mi vida.

El caos…

Y el deseo.

Y Mia Donovan, maldita sea, es ambas cosas.

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