Alexander
A las ocho en punto, la sala de juntas olía a café recién hecho, tensión corporativa… y a Mia.
Sí, a ella.
A su perfume cálido con fondo de almendras amargas y algo que aún no podía identificar, pero que me tenía estúpidamente obsesionado.
Estaba sentada al extremo largo de la mesa, revisando el informe con su ceño fruncido característico. El mismo que usaba cuando algo le interesaba o la molestaba, que era —para mi desgracia— casi todo lo que decía yo.
Llevaba una falda lápiz negra y una blusa blanca de seda que juraría fue diseñada para tentar y torturar a partes iguales.
Y su boca…
Esa boca.
—¿Piensas decir algo o vas a seguir evaluando mi escote con esa cara de CEO silencioso? —murmuró sin levantar la vista.
—Estaba evaluando el presupuesto del segundo trimestre —mentí con descaro.
Ella me miró por encima de las gafas de lectura, y tuve que apretar los dientes para no reír.
Dios, cómo odiaba que me conociera tanto.
El proyecto que estábamos por presentar era, según mis i