Mía
A veces, el amor no se siente como una explosión de fuegos artificiales. No siempre llega envuelto en pasión o dramatismo. A veces, simplemente… persiste.
Como la brisa salada que me acaricia la piel mientras observo el horizonte. Como el roce familiar de unos dedos sobre los míos, sin necesidad de palabras. Como la voz que me llama en la cocina con un tono burlón, y que aún, después de todo este tiempo, logra hacerme sonreír sin querer.
Han pasado diez años. Una década. Parece un suspiro… y una vida entera.
Estoy sentada en la terraza de nuestra casa frente al mar. No es ostentosa ni llena de lujos como los que solía frecuentar cuando trabajábamos entre oficinas de cristal y reuniones en rascacielos. No. Es simple. Íntima. Con las imperfecciones de algo vivido y amado de verdad.
Alexander está dentro, peleando con la cafetera. Siempre ha odiado las nuevas tecnologías. Y aunque podría comprar tres mil cafeteras automáticas con solo parpadear, insiste en usar la italiana que compra