En el comienzo

Alexander

Dicen que el tiempo lo cura todo. Que las heridas se vuelven cicatrices, que las pasiones se aplacan y los errores se diluyen en el río del olvido.

Mentiras.

El tiempo no cura. El tiempo enseña.

Y a veces, enseña a vivir con el fuego ardiendo bajo la piel, sin apagarlo del todo. A veces, te obliga a mirar atrás para entender por qué sigues adelante.

Hoy he vuelto al mismo lugar donde la vi por primera vez. No al físicamente exacto, pero sí al que importa: el momento. Esa fracción de segundo en que su voz quebró algo en mí. Algo que llevaba demasiado tiempo encerrado detrás de muros hechos de poder, orgullo y miedo.

Y es gracioso —aunque no tiene nada de risa—, que aquel primer día que ella entró a mi oficina, con su andar desafiante y esa mirada de hielo, fue el mismo en que todo cambió. No lo supe entonces. Yo, tan ciego por mis propias reglas, por mi necesidad de controlarlo todo, no lo supe. Solo sentí un golpe seco en el estómago… como si la vida me dijera abre los ojos,
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