Mia
La madrugada me envuelve en su silencio denso, con la única compañía de los ecos de mi respiración. El reloj marca las 4:30 a.m., pero mis ojos no dejan de mirar el techo, buscando respuestas que no se atreve a darme. La casa está en completa oscuridad, salvo la tenue luz de la luna que se filtra por la ventana, proyectando sombras largas en el suelo. Estoy sola, en esta burbuja de incertidumbre que me he creado a lo largo de los días, y, sinceramente, no sé si me asusta más la soledad o lo que ya no está.
Anoche, me dejé llevar por el dolor, las dudas, el miedo. Y ahora, en este instante quieto, al borde de la madrugada, la realidad me golpea con una claridad fría y dolorosa: tengo que reconstruirme. Mi mente y mi alma están rotas, desgarradas por decisiones que no quiero recordar, pero que no puedo dejar atrás. Alexander. Sus palabras y su forma de ser, esa necesidad de control que se convirtió en una cárcel. Pero... también la atracción. Lo que compartimos. Lo que fuimos. ¿Eso