31

Alexander

No hay música.

No hay voces.

No hay pasos en la madera flotante del pasillo que conduce al cuarto de huéspedes donde a veces dormía por puro capricho.

No hay risas a media noche, ni tazas olvidadas en el lavavajillas.

No hay "Alexander" dicho con ese tono condescendiente que me sacaba de quicio y, por razones que aún no entiendo, también me hacía sonreír.

Hay silencio.

Un eco brutal.

Un vacío que no suena… pero duele.

—¿Señor Blackwood, quiere que le prepare café?

Asiento sin levantar la vista de la pantalla, aunque no he leído ni una línea de ese contrato en los últimos cinco minutos. Camille, mi asistente doméstica, tiene esa voz tan suave que apenas rompe la tensión en el aire. Su presencia es invisible, como todo lo que he intentado dejar en automático estos días.

—Negro. Fuerte —murmuro.

Ella asiente y se va. Como siempre. Como todos últimamente.

Me recuesto en la silla y me froto el rostro. Tengo que dejar de fingir que esto es normal. Porque no lo es. Nada lo es desd
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