Mia
El silencio dentro del penthouse es sepulcral. No ese tipo de silencio pacífico que te envuelve como una manta cálida, no… este es un silencio denso, cortante, como si cada segundo sin palabras estuviera diseñado para dejar cicatrices.
Estoy sentada en el borde de la cama, con la espalda recta, las manos temblorosas sobre mi regazo y el corazón desbocado como si presintiera que esta noche lo cambiará todo. La maleta abierta a mi lado me mira con descaro. Metí cosas sin pensar, solo lo esencial, aunque ahora me doy cuenta de que nada de esto era realmente esencial. Excepto él. Maldita sea.
—¿Vas a alguna parte? —su voz suena desde el umbral, grave, contenida, como si cada palabra pasara por un filtro de hielo antes de salir de su boca.
No levanto la vista de la maleta. No todavía.
—Sí.
No dice nada. Pero lo escucho entrar, lo siento. La energía cambia. Es como si una tormenta entrara a la habitación en silencio, húmeda, electrificada, amenazante.
—¿Y tengo permitido preguntar adónd