Mia
El silencio en mi departamento era un oasis en medio del caos que Alexander Blackwood sembraba en mi vida. Me recosté en el sofá con la copa de vino entre los dedos, intentando convencerme de que el ardor en mi garganta era por la bebida y no por el cúmulo de emociones que se agitaban como tormenta en mi interior.
Pero el vino no podía calmar la tensión que todavía vibraba en mi cuerpo.
El recuerdo de su mirada mientras negociábamos con el inversor suizo me perseguía como un maldito eco. Esa mirada dura, posesiva… y al mismo tiempo cargada de una intensidad que no tenía derecho a dirigir hacia mí.
Alexander había dejado de verme como una simple asistente. Lo sabía. Lo sentía en su forma de invadir cada espacio, en cómo sus palabras se colaban en mi piel, en la manera sutil en que intentaba retenerme. Pero no podía permitirme caer. No con todo lo que estaba en juego.
El timbre de mi teléfono vibró sobre la mesa. Lo tomé sin pensar.
Un mensaje. De él.
“Te espero mañana a las 6. Cena