Los ojos de Lucien me observan y lo miro con ganas de cortarle esa parte de su anatomía que, para mi maldita desgracia, me ha hecho disfrutar hace unos minutos.
—Dime que estás limpio —siseó entre dientes. —Lo último que me falta es que me contagies una enfermedad.
—Eso debería preguntar yo. Dado el prontuario de tu difunto marido.
—Imbécil —replico.
Lucien se dirige a la puerta y mantiene su mano en el pomo. Se detiene un instante antes de abrirla.
—Cúbrete y recomponte un poco —ordena, su voz volviendo al tono duro del idiota de siempre.
Me cierro un poco la camisa y recojo lo que queda de mis bragas antes de cruzarme de brazos y esperar. Lucien abre la puerta, dejando ver a Lev, de pie, con gesto serio.
—Llévala con Elmira —ordena Lucien, sin dirigirme una mirada—. Y dile que la encierre en su habitación. No saldrá de allí hasta que yo ordene lo contrario.
Y con eso, Lucien Ivanov sale de la habitación, desapareciendo en la oscuridad del almacén sin mirar atrás. Lev entra en el alm