Nueva York – 09:30 a.m.
Mientras Nick y su equipo llevaban ya varias horas de vuelo, la mañana en la mansión Moretti amanecía silenciosa, casi solemne. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el murmullo de los cubiertos y las voces bajas que intentaban disimular la tensión.
Giuseppe, con el semblante sereno, sostenía la taza entre las manos mientras repasaba mentalmente los próximos movimientos.
Salvatore, impecable en su chaqueta oscura, se levantó de la mesa. —Bueno, llegó la hora —dijo con un suspiro que arrastraba algo más que cansancio—. Sicilia y mi padre no esperan.
Alessa también se puso de pie. Él la abrazó con fuerza, como si en ese gesto dejara una promesa. Besó su frente y murmuró con ternura: —Cuando pueda, volveré a visitarlas. Nueva York es aburrida sin mi presencia. Cuídate mucho, hermosa. Cuando tengan noticias de Isa, escríbeme, por favor.
Charly, al otro extremo de la mesa, hizo una mueca de fastidio. Alessa ignoró su expresión y le regaló a Salvatore una so