La tarde en Central Park vibraba de música y voces. Puestos de comida, luces improvisadas, olor a maíz asado y especias. Daniel guiaba al grupo entre la multitud; Alessandra reía con una bebida en la mano, y Charly grababa videos del ambiente.
Las plazas se llenaron de cuerpos que se movían al mismo latido: niños, parejas, ancianos en los bancos. Daniel las tomó de la mano y las empujó al centro del tumulto con esa ternura fronteriza que usaba cuando quería que Isabella olvidara las sombras. Giorgio, Sebastián y Charly seguían sus pasos como un escuadrón civil en terreno enemigo.
Desde su pent-house, Vittoria sonreía sin asomo de emoción. Su equipo, en cambio, estaba en la calle: hombres con jeans, chaquetas de cuero, viseras y lentes oscuros. Se deslizaban entre la masa como peces bajo el río humano. El que había estado en el serpentario ya tenía marcada la ruta. Todo lo demás era logística: entradas, salidas, ventanas.
Las horas avanzaban. La noche se volvió cuerpo, risas, sudor. Lu