Lunes, 06:15 a.m.
La luz invernal se filtraba por los ventanales de la mansión Moretti como un presagio plateado, bañando el comedor con un resplandor suave pero frío. La mesa estaba servida con precisión quirúrgica: porcelana blanca, cubiertos de plata y una fila de tazas humeantes donde el aroma del café se mezclaba con el pan recién horneado y el silencio contenido.
Giuseppe leía el periódico como si fuera el dueño del tiempo. Sus ojos se alzaron apenas cuando Isabella cruzó la estancia, impecable en su vestuario, el cabello en una cola alta y el rostro aún pálido por los días anteriores. Charly ya estaba allí, de pie junto a su silla, con el móvil en mano revisando los informes de seguridad.
—Hoy no irás a clase, Charly —ordenó Giuseppe sin levantar la voz—. Te quedarás trabajando conmigo. Después iremos a la reunión con Strauss. Eso nos dará tiempo para que Isabella se una cuando termine sus clases.
Luego se volvió hacia su hija.
—Isabella, Giorgio te llevará a la universidad. Al