Mientras tanto, en la Agencia...
El ambiente era eléctrico. Las pantallas parpadeaban sin cesar: cámaras satelitales, rastreadores térmicos, escaneos de tránsito y comunicaciones interceptadas llenaban la sala de inteligencia como un enjambre de datos frenéticos.
— ¿Dónde demonios están? —gritó Scott Walton, con la chaqueta arremangada y la vena de la frente palpitando con violencia. El monitor principal mostraba el último punto registrado del vehículo: cerca de los límites del Bronx, antes de desaparecer.
— ¡Se fugó con la hija del Don! ¡Le regaló nuestra operación a la mafia! —rugió Hale, señalando imágenes distorsionadas de Nick e Isabella saliendo de la mansión.
Sasha se acercó a Scott, voz seductora pero letal.—Lo intenté, director. Le advertí que la Moretti lo manipulaba... Pero eligió ser su perro guardián. Cambié la agenda por seguridad de la misión; subí esas fotos con mi acceso para detenerlo cuanto antes. Era eso, o que Giuseppe Moretti los encontrase y los matase a todos.