Aelin no miró a ninguno. Tomó su vaso de agua, bebió, dejó la mitad exacta, y al volver a sentarse observó, por primera vez, el reflejo débil de una solapa en la cuarta fila. Un hombre, traje oscuro, sin distintivo. No miraba el set. Miraba solo el monitor que le mostraba a ella.
Adrien, pensó. O su ojo. Daba igual.
Cuando volvieron al aire, el conductor cerró con una frase neutra sobre “puentes de diálogo” y “compromisos con la verdad”. Nadie oyó. Lo único que oyó la ciudad fue la calma implacable de una mujer que no aceptaba ser pieza.
Al salir del estudio, el aire de la calle fue un alivio áspero. Sasha caminaba medio paso por detrás, evaluando cada esquina con su radar de animal entrenado. Darian esperaba, apoyado en el coche, la sombra de un gesto preocupado solo por ella.
—No te persiguieron, los arrastraste —dijo él, cuando la puerta se cerró y el mundo se volvió un compartimento seguro.
Aelin apoyó la cabeza un segundo en el respaldo. Cerró los ojos y vio el set. Vio la m