La ciudad amaneció con una calma artificial, como un teatro vacío antes de que subiera el telón. Los portales habían dejado de hablar del tropiezo de Celeste; ahora hablaban de “reacomodos”, de “figuras emergentes”, de la “nueva normalidad” tras el fracaso mediático. La normalidad, pensó Aelin frente al ventanal, no existe. Solo existen los intervalos entre las guerras.
Sasha entró sin hacer ruido. Traía en la mano una carpeta delgada y una expresión de quien ha visto un relámpago en un cielo despejado.
—Celeste pidió espacio en Punto Abierto —dijo—. Debate en vivo, audiencia masiva. Dice que quiere “poner fin a los rumores”. Ya sabes lo que significa.
Aelin no preguntó más. Se sirvió café, probó un sorbo y dejó la taza intocada, como si el líquido supiera a horas perdidas.
—¿Adrien estará?
—No figura en la parrilla. Pero estará. En alguien, en algo, en el guion.
Darian cruzó el umbral con esa presencia que convertía cualquier habitación en un lugar seguro. No necesitó palabras: