La derrota mediática de Celeste aún se comentaba en cada esquina de la ciudad. Los periódicos habían pasado de ensalzar la supuesta corrupción de Aelin a ridiculizar el intento de difamación que había estallado en la cara de la hija legítima de los Valtierra.
En la mansión, los sirvientes caminaban de puntillas para evitar las explosiones de ira de Celeste, que se había encerrado durante dos días, gritando a cualquiera que osara interrumpirla. Amanda y Esteban estaban demasiado avergonzados para aparecer en público. La familia, otrora orgullosa, se había convertido en objeto de burlas en los círculos sociales.
Adrien, sin embargo, no se dejaba arrastrar por esa caída. Mientras Celeste se consumía en berrinches, él permanecía en silencio, escribiendo informes en su portátil, revisando llamadas cifradas y preparando la siguiente jugada.
Aquella noche, en la habitación de hotel que usaba como base, cerró las cortinas, encendió una lámpara tenue y activó un dispositivo de comunicación