Celeste se miraba al espejo del baño del hotel, tratando de recomponer su rostro con agua fría. El maquillaje corrido se había convertido en un rastro de la noche pasada. Tenía un dolor punzante en las sienes, pero lo peor era el vacío en su memoria. Recordaba las luces del bar, las copas, el rostro de Adrien acercándose con palabras dulces y venenosas. Después, todo se desdibujaba como si hubiera sido un mal sueño.
Cuando salió de la habitación, Adrien la esperaba sentado en la cama, perfectamente vestido, como si no hubiera dormido. En sus manos sostenía un vaso de agua y una aspirina.
—Tómalo —dijo, ofreciéndoselo con una sonrisa que parecía más un gesto calculado que amable.
Celeste lo aceptó, evitando su mirada.—No sé qué pasó anoche. Apenas recuerdo fragmentos.
Adrien arqueó una ceja.—¿Quieres que te lo recuerde?
Celeste tragó saliva, nerviosa.—No… —respondió rápidamente—. Prefiero dejarlo así.
Él sonrió, aunque en sus ojos brillaba algo oscuro.
—Como quieras. Pero te dir