Celeste observaba la televisión desde el salón principal de la mansión Valtierra. Frente a ella, la imagen del señor y la señora De la Riva se proyectaban en pantalla, disculpándose públicamente y retractándose de todo lo dicho contra Aelin.
—…Aelin Vólkov no tuvo nada que ver en la caída de nuestra hija —declaraba el señor De la Riva, con un tono apagado.
La señora De la Riva, con las manos temblorosas, añadía:
—Pedimos disculpas por haberla señalado injustamente.
Celeste apretó la copa de vino que sostenía con tanta fuerza que el cristal casi se rompió en su mano.
—Siempre ella… siempre logra torcerlo todo a su favor —murmuró con los dientes apretados.
Amanda entró en la sala, llevando consigo un recorte del periódico.
—¿Ya lo viste, hija? La ciudad ahora cree que Aelin es una víctima. Ha salido limpia de todo.
Celeste lanzó una carcajada amarga.
—¡¿Y qué esperaban?! Esa mujer siempre cae de pie. ¡Mientras yo, la hija legítima, sigo luchando contra sombras!
Esteban trató d