El reloj marcaba las tres de la madrugada, del mismo día de la masacre, cuando Leonard recibió la llamada.
—Thelma está muerta.— se escuchó Al otro lado del teléfono.
Luego una pausa.
—Esteban también. Fue un disparo en la frente. Fue limpio, y silencioso.
Otra pausa. Y prosiguió.
—Lucien apareció con los ojos abiertos. No hay señales de lucha, ni discusión. Solo una marca sobre el pecho: obsidiana tallada y la rosa…
Leonard se quedó inmóvil, estaba entrando en pánico.
La copa de coñac cayó de su mano y se estrelló en la alfombra sin que él parpadeara.
—¿Quién fue? ¿quién se atrevió? — gritó histérico.
La voz al otro lado de la línea titubeó. —Creemos… que fue ella. Envía el motivo.
Un silencio sepulcral, Se sentía en aquella sala.
Leonard colgó, sus dedos temblaban, su cuerpo temblaba. Haciéndole un nudo en la boca del estómago.
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Horas más tarde – Mansión privada, reunión de emergencia
La atmósfera en la sala de conferencia era sofocante. Las luces estaban bajas,