La mañana llegó con un aire pesado, como si el silencio de la mansión se hubiera convertido en un enemigo más. Miranda apenas había dormido. Se levantó temprano, caminando descalza por el taller, intentando distraerse con pinceles y lienzos, pero nada lograba silenciar el eco de las palabras de Adrián la noche anterior.
El timbre del teléfono la hizo sobresaltarse. Miró la pantalla: Javier Ortega. Contestó con el pulso acelerado.
—Licenciado… —susurró, cerrando la puerta del taller con llave.
—Señora Miranda —la voz del abogado sonó grave, casi urgente—. Estuve revisando su caso. Si busca un divorcio inmediato, sepa que no existe tal salida. Un proceso legal de este tipo puede prolongarse meses… incluso años.
Miranda se apoyó contra la pared. Era como si le arrancaran la esperanza de un solo golpe.
—Entonces… ¿qué me recomienda? —preguntó con un hilo de voz.
Hubo una breve pausa antes de escuchar la respuesta.
—Que se vaya lejos. Por ahora, esa es la única forma de protegerse. Si perm