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AMOR ENTRE SOMBRAS
AMOR ENTRE SOMBRAS
Por: Oriony
Capítulo 1 – El matrimonio de cristal

Las luces del salón de baile se reflejaban como estrellas en los espejos de cristal, multiplicando la imagen de los invitados que reían con copas de champán en las manos. Todo era lujo, brillo y perfección: un escenario diseñado para deslumbrar. En el centro de ese universo impecable, Adrián Belmonte y Miranda se presentaban como el matrimonio ideal, la pareja que todos admiraban y envidiaban.

Él, impecable en su esmoquin negro, irradiaba poder con la sola presencia. Su porte erguido, sus hombros rectos y la serenidad calculada de su expresión lo hacían parecer inalcanzable. Nadie dudaba de que fuera el CEO más influyente de la región, el hombre que podía cerrar un negocio multimillonario con una mirada o quebrar a un competidor con apenas una palabra.

Ella, a su lado, vestía un elegante traje de seda color marfil que resaltaba la delicadeza de su figura. El cabello recogido en un moño bajo y un collar discreto de perlas completaban su apariencia de mujer perfecta. Sonreía con suavidad, asentía con cortesía y pronunciaba frases medidas. Era la esposa ejemplar que la sociedad esperaba, aquella que encajaba como una joya en el escaparate de un apellido aristocrático.

Pero bajo esa superficie cristalina, la realidad era otra.

Adrián apretaba suavemente la cintura de Miranda al posar para las fotografías, como si el contacto fuera un gesto natural de ternura. Nadie sospechaba que, apenas el flash se apagaba, el calor de su mano se retiraba con la misma velocidad. El roce era una fachada, parte del guion que ambos interpretaban noche tras noche en los eventos sociales.

Miranda había aprendido a fingir. Sonreía en el momento exacto, reía con elegancia ante las bromas de los socios de su esposo y respondía con diplomacia a las preguntas indiscretas de las esposas aristocráticas que la evaluaban de pies a cabeza. Pero, mientras lo hacía, su corazón se encogía un poco más.

Lo amaba. Ese era el secreto que la sostenía en medio de aquella farsa. Lo amaba desde la universidad, desde aquellos días en los que Adrián era un joven brillante y distante, rodeado siempre de admiradoras, imposible de alcanzar. Para Miranda, que lo observaba en silencio desde los pasillos de la facultad, él era un sueño. Un sueño que nunca imaginó que llegaría a tener entre sus manos.

En su memoria aún vivían los momentos en que lo veía de lejos, entrando en la biblioteca con un grupo de amigos o respondiendo con agudeza a un profesor durante una exposición. Adrián tenía un aura magnética; incluso entonces, sin el peso de su apellido y sus millones, ejercía un poder natural que la intimidaba.

Miranda se decía a sí misma que jamás lo miraría a los ojos sin sentir que le temblaban las rodillas. Y sin embargo, el destino se había encargado de unirlos. O quizá no fue el destino, sino el apellido Belmonte, las alianzas familiares, el interés de dos linajes poderosos que decidieron unir fortunas a través de un matrimonio conveniente.

Cuando Adrián la pidió en matrimonio, Miranda creyó que la vida le estaba regalando un milagro. Se convenció de que él también la había visto en la universidad, de que en su corazón existía un eco de aquel amor que ella había guardado en silencio.

Qué ingenua había sido.

Con el paso de los años, la ilusión se transformó en una rutina helada. Adrián cumplía con sus deberes de esposo únicamente en la intimidad de la noche, y aún entonces lo hacía sin ternura, sin caricias prolongadas, sin palabras suaves que acompañaran el acto. Era como si cada encuentro estuviera dictado por un contrato invisible que debía cumplirse sin desviaciones.

Durante el día, él era el CEO implacable, el estratega de las finanzas globales, el hombre cuya mente siempre estaba en otra parte. Y en la casa, era un fantasma silencioso que la miraba sin verla.

Y últimamente, Miranda había comenzado a notar señales que no podía ignorar: llamadas que se interrumpían al entrar ella, miradas que buscaban a alguien más, gestos que desaparecían cuando aparecía una sombra de duda en sus ojos.

Pero ese día, la realidad se volvió innegable. Su teléfono vibró con un mensaje anónimo en su correo personal, breve, frío y calculador:

"Miranda, Adrián me pertenece. Yo soy la mujer que realmente ama. Esta noche, míralo sonreír mientras piensa en mí. Tú solo eres una sombra en su vida."

Al leerlo, el mundo de Miranda se derrumbó. Sintió como si cada instante de su vida con Adrián hubiera sido una ilusión, un teatro en el que ella era la protagonista sin darse cuenta de que ya no tenía papel en su corazón. El aire se volvió pesado, los latidos de su corazón retumbaban con fuerza y un calor amargo le llenó los ojos.

Se obligó a recomponerse, a controlar el temblor de sus manos y a respirar hondo. La gala, la sonrisa, la elegancia: todo debía continuar, aunque por dentro su mundo ya estuviera fracturado. Nadie podía percibir la grieta que se abría en su corazón, ni la certeza de que su matrimonio ahora estaba bajo la sombra de otra mujer.

La música de cuerdas llenaba el salón mientras los meseros circulaban con bandejas de cristal. Era la cena anual de la fundación Belmonte, una gala benéfica donde se reunía la élite empresarial y política de la ciudad. Cada detalle estaba diseñado para impresionar: las lámparas de araña, las mesas cubiertas con manteles de lino, los centros florales importados.

Adrián, como anfitrión, se movía entre los invitados con naturalidad. Su sonrisa era perfecta, sus palabras, medidas; cada gesto transmitía seguridad. A su lado, Miranda mantenía el papel de esposa modelo.

—Tu mujer es un encanto, Belmonte —dijo uno de los directivos al brindar con él—. Siempre tan elegante, siempre a tu altura.

Miranda sonrió cortésmente, pero su corazón se apretó. Siempre a tu altura. Como si ella existiera solo en función de él, como si no tuviera brillo propio. Y en algún lugar, detrás de esa sonrisa, la inquietud de un secreto aún desconocido crecía: la existencia de otra mujer que podía arrebatarle aquello que más amaba.

En un momento de descuido, Miranda se apartó unos pasos y se dirigió hacia una de las columnas del salón. Necesitaba respirar. Observó a Adrián de lejos, rodeado de un grupo de inversionistas, hablando con aquella voz grave y convincente que tantas puertas le había abierto.

De pronto, sintió la punzada de un recuerdo: aquella tarde en la universidad en la que lo vio reír por primera vez, una risa franca, desprovista de artificios. ¿Qué había sido de ese joven? ¿En qué rincón de su ser se había escondido?

La voz de Adrián la devolvió al presente.

—Miranda —la llamó con suavidad, aunque en sus ojos había una sombra de reproche—. Te están esperando en la mesa principal.

Ella asintió y caminó hacia él. En cuanto la alcanzó, Adrián tomó su brazo con firmeza, exhibiendo una sonrisa impecable para los flashes de los fotógrafos. El contacto parecía afectuoso, protector incluso, pero Miranda sabía la verdad: era parte de la representación, un movimiento ensayado para la galería.

Mientras los flashes iluminaban sus rostros, Miranda sintió el peso de aquella farsa como una losa sobre sus hombros.

Por dentro, se repetía: Nada de esto es real. Él no me ama. Solo somos piezas de un teatro para mantener en pie el apellido Belmonte. Y ahora… hay alguien más.

Y, por primera vez, la sonrisa en sus labios no fue suficiente para ocultar la grieta en su corazón.

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