Capítulo 4 POV Ethan

Las burbujas del champán rozaban mi paladar con una elegante amargura que se deshacía. Un lujo fugaz, incapaz de llenar el vacío en mi pecho.

—Señor Kessler, estamos a punto de aterrizar en París —anunció la azafata.

Asentí sin palabras, dejando la copa sobre la mesa mientras el jet descendía.

Me recibieron con la formalidad habitual: reverencias, sonrisas medidas, gestos calculados. No perdí tiempo en protocolos.

—Directo a Le Palace —ordené al chofer.

París se deslizaba tras la ventanilla como un espejismo mientras mi mente volvía a lo inevitable. Había inventado un viaje de negocios para evitar encontrarme con Julian y Grayson en cuanto supe que Selene vivía en casa de Julian. Ese bastardo —casi un hermano— se había atrevido a traicionar nuestro pacto: no involucrarnos con ella… la única mujer capaz de destruir nuestra hermandad.

—Bienvenido de nuevo, señor Kessler. Lo hemos extrañado.

La anfitriona me recibió con su sonrisa impecable. Le Palace era lo de siempre: un decadente teatro convertido en templo de excesos, donde candelabros de cristal iluminaban a aristócratas, modelos y almas perdidas que como yo solo querian pasar un buen rato. Aquí los millonarios encontraban el anonimato perfecto para perderse en placeres prohibidos. Yo también, de vez en cuando… pero esa noche mis planes eran distintos.

Avancé sin impedimentos hacia la zona VIP. Una sola orden bastó para que la puerta se abriera y me concediera acceso a la suite más privada. El aire estaba cargado, impregnado de un desorden íntimo imposible de ocultar. Nathan estaba demasiado absorto, hundido en su propia promiscuidad, cuando mi voz lo cortó como un látigo:

—Buenas noches, Nathan… un placer, como siempre.

Se tensó de inmediato.

—¿Ethan? ¿Eres tú? —escupió, con una furia que intentaba ocultar su incomodidad.

Sonreí, apoyándome con calma en el marco de la puerta.

—Vaya recibimiento… solo vine a saludar.

—No tienes derecho a irrumpir así. ¿Cómo entraste?

Avancé despacio y respondí:

—Porque me pertenece. Este lugar ha sido mío desde hace años.

Lo vi palidecer, sorprendido.

—¿Tuyo? Pero tu familia siempre estuvo ligada a la seguridad nacional de Estados Unidos, a contratos de tecnología y armamento… esto está muy lejos de tu mundo.

Una risa baja escapó de mis labios.

—Oh, Nathan… mis negocios dejaron hace tiempo de limitarse a lo que el gobierno aprueba. Y créeme, no estoy tan alejado de mi nicho original. El sexo y las armas siempre se han llevado bien. Ambos compran poder, ambos compran silencio.

Él resopló, molesto, aunque incapaz de negarlo. Finalmente, sostuvo mi mirada con la mandíbula tensa. Sabía que nadie estaba al tanto de su pequeño secreto.

—Está bien, habla… ¿qué quieres, Ethan?

La respuesta ardía incluso antes de pronunciarla. Julian, Grayson y yo la habíamos deseado desde niños; lo que comenzó como burlas inocentes terminó en crueles juegos para robarle atención. Pero cuando Selene se casó con Edmund Ravenshire, me quebré. Aun así, respeté el pacto y la dejé ir. Sin embargo, la extrañé con una locura insoportable. Y ahora, viuda, imaginarla en brazos de Julian despertaba en mí algo que rozaba la violencia.

Nathan me apuró con impaciencia:

—¡Dilo ya!

No me gustó su tono. Entrecerré los ojos, recordándole quién marcaba el ritmo aquí.

—Cuidado, Nathan. No olvides que yo decido el paso de esta conversación… después de todo, no creo que quieras que otros descubran tu pequeño y sucio secreto.

Su rostro se endureció y maldijo entre dientes.

—Maldito seas, Ethan.

Solté una risa burlona.

—Y yo que pensaba que los graduados de Oxford eran más refinados en el habla… parece que exageran.

La ira brilló en sus ojos, pero yo sabía que tenía razón: lo había descubierto, y eso lo dejaba con las manos atadas. No tenía más opción que escuchar.

Me incliné hacia él, dejando que cada palabra cayera con peso calculado:

—Hay algo que quiero de ti, Nathan. Quiero a Selene.

El asombro se dibujó en su rostro. Ni siquiera podía imaginar por qué un hombre como yo desearía a su prima.

—¿Qué quieres de ella? —preguntó, incrédulo.

Sonreí sin pudor.

—Quiero que sea mía.

Su reacción fue inmediata, casi visceral.

—Selene no es la puta de nadie.

Lo miré sorprendido, arqueando una ceja.

—Oh… pensaba que no te importaba. Después de todo, fuiste tú quien le negó apoyo, lo que permitió que Julian la llevara a su penthouse.

Nathan apretó los puños, pero no aparté la vista.

—Escúchame —continué, con la calma de quien sabe que la victoria es inevitable—. No la quiero como una puta. La quiero mía… completamente mía.

Nathan tragó saliva, todavía sin comprender del todo.

—¿Estás hablando de casarte con ella?

Lo sostuve en un silencio pesado antes de responder con total certeza:

—Por supuesto.

Su reacción fue inesperada: una carcajada estalló en la habitación, rompiendo la atmósfera de control que había tejido. Mi mandíbula se tensó, irritada.

—¿Qué demonios te resulta tan gracioso, Nathan? —espeté, con filo en la voz.

Intentó contenerse, aún sonriendo con ironía. Tomó una copa cercana y dio un largo sorbo de champán, como si eso le devolviera la compostura. Lo observé, paciente, hasta que habló de nuevo, más sereno de lo que esperaba.

—No hay nada gracioso en esto… nada, salvo el hecho de que Julian y Grayson ya me pidieron exactamente lo mismo.

La diversión se borró de mi rostro, convirtiéndose en algo oscuro.

—¿Ellos también te están chantajeando? —pregunté, irritado, directo.

Nathan dejó la copa sobre la mesa con un golpe sordo y sostuvo mi mirada, esta vez con un control helado.

—No, Ethan. Por suerte, solo tú conoces mi secreto. Y agradecería que siguiera así… como un secreto.

Entrecerré los ojos, diseccionando cada palabra como si escondiera más de lo que estaba dispuesto a revelar.

—Entonces explícamelo.

Nathan se recostó en el sillón, la penumbra acentuando la dureza de su mirada.

—Lo único que necesitas saber es que deben hablar entre ustedes. Los tres deben llegar a un acuerdo… porque en esta sociedad, solo a uno se le permitirá casarse con mi prima. Los otros dos tendrán que conformarse con vivir sus fantasías sexuales a puerta cerrada… así como yo estoy condenado a vivir las mías.

Un denso silencio se extendió entre nosotros hasta que añadió, con un frío que helaba el aire:

—Eso, claro… si es que ella siquiera estuviera dispuesta a compartirse con los tres. Cosa que dudo mucho.

Sus palabras me atravesaron, pero en lugar de quebrarme, me empujaron a reflexionar. Lo que siento por Selene no es amor normal, lo sé. Es obsesivo, quizá enfermo… pero también es lo más puro que he tenido en mi vida. La única verdad entre mis muchas mentiras.

Crují los nudillos, y el personal que esperaba en las sombras se acercó de inmediato.

—Continúen —ordené, despidiendo a Nathan como si su existencia no fuera más que una pausa en mi noche.

Me volví para marcharme, pero su voz me alcanzó antes de cruzar la puerta.

—¿Guardarás mi secreto?

Me detuve apenas un segundo, lo suficiente para mirar por encima del hombro.

—Esta noche va por la casa. Cuando termines, te esperaré en mi mansión en Manhattan. Después de todo, si solo yo conozco tu secreto… espero tu cooperación para poder casarme con Selene antes de que termine este mes.

No le di oportunidad de responder. Crucé la suite y cerré la puerta tras de mí, con una certeza ardiente en el pecho: con Nathan de mi lado, Selene tendría que ser mía.

Después de todo… yo soy la mejor opción para ella.

¿O no?

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