Capítulo 3 POV Selene

Llevábamos un mes en el penthouse de Julian, y cada día llegaba con algo nuevo para Theo y para mí. Al principio eran detalles inofensivos: un osito de peluche, un set de bloques de madera, algunas prendas de ropa. Pero pronto los regalos se volvieron excesivos: una cuna de diseño italiano, el modelo más reciente de cochecito, libros infantiles encuadernados en cuero, vestidos de diseñador, bolsos exclusivos… incluso contrató a un pianista para que tocara solo para Theo.

Lo que cualquiera vería como un gesto de cuidado, para mí se sentía cada vez más inquietante. Julian siempre afirmaba que era por orden de Nathan, pero en el fondo yo sabía que mi primo no tenía nada que ver. Era Julian quien decidía todo, quien movía los hilos con un propósito que aún no lograba descifrar. Y lo peor no eran los regalos, sino su insistencia en que no debía salir sola con Theo, como si quisiera mantenernos encerrados en una jaula dorada. Quizá por eso apenas usaba lo que me daba —y esa resistencia comenzaba a llamar su atención.

—Selene, ¿por qué no vuelves a ponerte la ropa que te traje? —preguntó una tarde, al llegar y encontrarme aún con la misma ropa del refugio.

Me encogí de hombros, tratando de restarle importancia, como hacía cada día.

—Si no te gusta lo que elegí, mañana podemos ir a una tienda y comprar lo que quieras.

—No es necesario —murmuré, apenas audible en mi agradecimiento.

Su mirada me recorrió con una calma peligrosa, y un escalofrío me recorrió antes de que pudiera decir algo más. Entonces, una voz sonó detrás de nosotros, cortando la tensión en el aire:

—Quizá simplemente no le gustas, Julian. Por eso no quiere ponerse lo que le traes.

Me quedé helada. Esa voz… no podía ser. Y sin embargo, lo era.

Grayson. Grayson Devereux. Otro de los chicos que habían convertido mi infancia en un tormento. ¿Qué hacía allí? ¿Seguían siendo amigos después de tantos años? Respiré hondo, recordándome que no era mi casa, que no tenía derecho a opinar sobre quién entraba o salía.

—Tampoco es que le gustes mucho tú, como puedes ver —replicó Julian con absoluta calma mientras Grayson cerraba la puerta.

—Al menos estoy seguro de que le gusto más que Ethan —disparó Grayson con una media sonrisa, sin apartar los ojos de mí.

Bianca, una de las sirvientas, se apresuró a tomar sus abrigos y se inclinó con una deferencia impecable.

—¿Lo de siempre, señor? —preguntó, mirándolo con descarada fascinación.

Grayson solo asintió, sin siquiera mirarla. Sus ojos siguieron fijos en mí, y el escalofrío que me recorrió fue idéntico al que me había provocado Julian instantes antes.

—¿No me vas a saludar, Selene? —preguntó al fin, su voz grave cortando el aire.

No respondí. Tenía la garganta seca, las palabras atascadas en el pecho, las manos temblando sobre la costura de mi ropa. No sabía qué decir… ni cómo sostener su mirada. Entonces, del monitor de audio sobre la mesa sonó el llanto de Theo. Ese sonido me sacó del trance, devolviéndome a la realidad de golpe. Sin pensarlo, y sin importarme parecer descortés, me levanté y salí de la sala. Porque para mí, nada —ni nadie— era más importante que mi hijo.

Cuando regresé con Theo en brazos, encontré a Julian y a Grayson enfrascados en una conversación silenciosa, una batalla muda que mi presencia cortó de inmediato.

—Hola, Grayson. Es un gusto verte —dije al fin. Con Theo en brazos me resultaba más fácil fingir compostura. Sin embargo, mi saludo pareció incomodarlo; su expresión se endureció, como si verme convertida en madre borrara de golpe su humor.

—Bueno, supongo que ustedes dos necesitan privacidad —murmuré, consciente de que mi regreso había interrumpido abruptamente lo que estuvieran discutiendo. Negocios, seguramente. Dinero.

—Tonterías —intervino Julian, acercándose. Theo, encantado de verlo, estiró sus manitas hacia él.

El gesto no pasó desapercibido para Grayson. Su incredulidad era evidente. ¿De verdad le costaba tanto imaginarme como madre?

—Sé que no has cenado —dijo Julian, ignorando la presencia de su amigo como si fuera aire—. Vamos a comer.

—No creo que sea buena idea —respondí, más cortante de lo que pretendía—. No quiero parecer desagradecida, pero estoy segura de que ustedes dos tienen cosas que hablar. Lo último que quiero es interrumpir.

—Cenaremos juntos —dijo con firmeza, sin dejar espacio para discusión.

Había algo en Julian que siempre me descolocaba. Su autoridad era innegable, tan firme como la de Edmund… pero distinta. Nunca grosera, nunca cruel. Era como si solo quisiera mantenerme a salvo, como si cada decisión estuviera pensada para guiarme hacia lo que él creía correcto. Lo más desconcertante era que la mayoría de sus exigencias giraban en torno a mi bienestar y al de Theo. Y aun así, en el fondo, no podía sacudirme la certeza de que todo tenía un precio. Y temía el día en que tendría que pagarlo.

—Quiero whisky —declaró Grayson de pronto, con los ojos aún fijos en mí y en Theo, como si hubiera estado conteniendo la respiración hasta entonces.

—Lo tendrás después de la cena —replicó Julian en un tono cortante.

La mesa estaba puesta. Bianca y otra criada trajeron los platos con la silenciosa eficacia de quienes saben que es mejor no molestar a hombres como ellos. Los cuatro nos sentamos, aunque Theo permaneció en mi regazo durante toda la comida, provocando de vez en cuando una sonrisa de Julian con cada movimiento.

La conversación comenzó ligera. Grayson preguntó por Theo, bromeó sobre lo rápido que crecería, se quejó del tráfico de Manhattan. Respondí con cortesía, sin dar más de lo necesario. Era evidente que quería arrastrarme a algo más personal, tanteando el terreno.

—Dime, Selene —dijo de pronto, con un tono que hizo temblar el tenedor en mi mano—, ¿cómo se siente… ser viuda?

La pregunta cortó la mesa como una cuchilla. Alcé la vista y encontré a ambos mirándome, esperando.

—Es… algo con lo que se aprende a vivir —respondí al fin, con la voz baja y educada. Forcé una sonrisa y cambié rápido de tema—. Pero dime, Grayson… cuando llegaste mencionaste a Ethan. Entonces… ¿siguen siendo amigos los tres?

Grayson se recostó, con una sombra de sonrisa curvándole los labios.

—De por vida. Aunque ahora… es un poco complicado.

—¿Complicado? ¿A qué te refieres? —pregunté, confundida.

Julian intervino antes de que su amigo pudiera responder.

—Negocios. —Su tono fue firme, definitivo— como una puerta que se cierra.

Asentí, aunque la respuesta no me convenció en absoluto. Aun así, la cena continuó, cada palabra medida, cada gesto cargado de peso no dicho.

Cuando terminó, dejé mis cubiertos y acaricié la espalda de Theo mientras se acurrucaba contra mi pecho.

—Iré a descansar con Theo a la habitación de invitados —anuncié.

—Es tu habitación, no una de invitados —corrigió Julian de inmediato.

—Gracias —murmuré, sin mirarlo, apretando más a mi hijo.

Me volví hacia Grayson, decidida a que mi despedida fuera tan cortés como mi saludo.

—Buenas noches, Grayson.

Sostuvo mi mirada un segundo de más y, en un gesto desconcertante, dijo:

—Te ves hermosa como madre.

Me quedé helada. De todas las personas, nunca habría esperado esas palabras de él. De niña, burlarse de mi aspecto era su pasatiempo favorito. ¿Y ahora esto? No podía entenderlo.

Solo asentí con una sonrisa cortés, no dije nada más y me retiré. La confusión me acompañó en cada paso hasta cerrar la puerta tras de mí.

Pasaron horas antes de que mi alarma interior me despertara, instándome a levantarme. Theo estaba a punto de pedir su toma. Me asombraba cómo, incluso a demanda, mi pequeño tesoro había comenzado a marcar sus propios ritmos sin saberlo.

Me preparé y, en cuanto lo acuné en mis brazos, se inquietó. Rápidamente descubrí mi pecho para que pudiera prenderse y alimentarse. Mientras lo hacía, acaricié su suave cabello y, en un susurro, canté una melodía improvisada:

“Duerme tranquilo, mi amor, en mis brazos siempre hallarás tu hogar.”

Su respiración se ralentizó al ritmo, y por un momento me permití sentir paz. Pero entonces lo sentí —ese peso de ser observada.

Alcé la vista y lo vi: Julian, de pie en el umbral, inmóvil, como si hubiera estado allí mucho más tiempo del que yo quería admitir. La habitación estaba en penumbra, pero yo sabía que me había visto.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —pregunté alarmada, buscando a tientas la manta a mi lado.

Él dio un paso adelante, su voz baja y firme.

—No hay necesidad de cubrirte. Lo que haces es… verdaderamente hermoso.

El calor me subió a las mejillas, enredado con la confusión. Aun así, jalé la manta hacia mí, pero Julian, con una dulzura inesperada, me la quitó de las manos. Esa ternura me desarmó más que cualquier otra cosa.

Theo mamaba tranquilo, ajeno a todo, mientras Julian se inclinaba, apoyando la cabeza contra mis piernas. Su cercanía, el roce de su aliento en mi piel, hizo que mi corazón latiera desbocado.

—Me encanta estar aquí con los dos —murmuró—. Déjame quedarme un poco más. Te prometo que no miraré hasta que termines.

Las palabras atravesaron mis defensas, y antes de poder detenerme, la pregunta que había evitado durante semanas se escapó de mis labios:

—Nathan no te envió, ¿verdad?

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