Capítulo 1 POV Selene

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—¡Por favor… Edmund, detente!

Mi grito no detuvo el golpe.

Su pie se estrelló contra mi estómago, haciéndome rodar hacia un lado. Mis manos instintivamente intentaron proteger mi cuerpo, pero era inútil. Ya estaba demasiado débil.

—¿Crees que puedes hablarme así? —rugió, con la voz llena de odio—. ¿A mí?!

Otra patada, esta vez en la espalda. Sentí que algo crujía y pensé que quizá era una costilla.

Intenté levantar la cabeza, y entonces lo vi.

Al fondo de la habitación, mi bebé lloraba. Theo, mi pequeño, con los ojos desbordados de lágrimas, sus puñitos golpeando el colchón como si supiera lo que me estaban haciendo.

—¡No mires al bebé, maldita sea! —espetó Edmund, arrastrándome por el tobillo.

—Por favor… no delante de él… —mi voz se quebró, apenas un hilo.

—Esto es lo que pasa cuando hablas de divorcio. Cuando intentas quitarme lo que es mío. ¡Y ese maldito bebé también es mío! ¡MÍO!

Sus puños eran martillos. Y mi hijo… mi hijo seguía llorando. Tan fuerte. Tan roto.

—Theo… mi amor… mamá está aquí… todo está bien…

Pero no podía alcanzarlo.

La sangre me nubló la vista, y la oscuridad me arrastró hasta que desperté.

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—“Señoras y señores, nos preparamos para aterrizar en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy. Por favor abróchense los cinturones…”

Mi cuerpo temblaba. Abrí los ojos de golpe, respirando entrecortadamente. Me tomó un momento darme cuenta: seguía en el avión. Y Theo, mi bebé…

Estaba a salvo. Solo había sido una pesadilla.

Pero el temblor no se iba, y las imágenes seguían ahí. Apreté los dientes, negándome a llorar.

El banco fue mi primera parada al salir del aeropuerto. Cuando le entregué mi identificación a la cajera, se me secó la garganta.

—Un momento… —dijo mecánicamente mientras tecleaba—. Lo siento, pero todas sus cuentas están congeladas. No hay fondos disponibles ni transacciones recientes.

—¿Congeladas? Eso no puede ser…

La mujer me miró con una mezcla de incomodidad y simpatía profesional.

—Alguien con autoridad legal sobre usted emitió la orden. No tengo permitido darle más detalles.

Por supuesto. Eleanor Ravenshire —mi suegra. No hacía falta más explicación.

Salí con las piernas entumecidas y el corazón aplastado. Mi siguiente esperanza era mi primo Nathan. La única familia que me quedaba viva.

Pero cuando llegué a la torre de departamentos donde recordaba que vivía, un guardia me detuvo.

—¿A quién busca?

—A Nathan Ashford. Soy su prima. Solo necesito hablar con él. Es urgente.

El hombre dudó, pero finalmente me dejó subir. Estaba tocando la puerta cuando apareció otro guardia.

—¿Busca al señor Ashford?

—Sí, soy su prima, Selene Ashford.

—El señor Ashford ya no vive aquí. Vendió este departamento a un socio comercial. Lo siento, pero no puede quedarse.

No tuve palabras. Una vez más, estaba en la calle, con mi bebé… y nada más.

Caminé durante horas. Busqué rostros conocidos, esquinas familiares. Nada. El sol desapareció. Theo temblaba, y yo apenas podía sentir mis dedos.

Cuando me senté en un banco junto al río, pensé que no volvería a levantarme.

Entonces una voz me sacó de mi miseria.

—Oye, ¿estás bien?

Una mujer de cabello revuelto, ropa gastada y ojos sorprendentemente vivos me miró de cerca.

—¿Tienes dónde dormir?

Negué con la cabeza.

—Conozco un refugio para mujeres en el centro. No es bonito, pero es mejor que congelarte aquí afuera. Si quieres, podemos ir juntas.

Dudé.

—Soy Roxy —añadió—. Y pareces necesitar un milagro.

Tenía razón. Así que acepté.

El refugio estaba en una zona olvidada de la ciudad. Roxy habló por mí, les dijo que tenía un bebé y necesitaba un lugar para pasar la noche. Me dejaron entrar sin preguntas.

Esa noche fue la primera que dormí sin miedo en meses.

A la mañana siguiente, Roxy ya no estaba.

Pero en la mesa de plástico junto a la cama había dejado una nota:

“No tengas miedo, hermosa. Salí a dar la vuelta con los chicos, vuelvo pronto. Quédate, con tu bebé quizá te dejen quedarte más tiempo. Usa esto para un café. Cuídalo mucho. —Roxy.”

Había cinco dólares debajo—los mismos cinco que me había dicho la noche anterior que eran todo lo que le quedaba.

Ese gesto me hizo llorar —no de debilidad, sino porque era cruel darme cuenta de que había recibido más de una desconocida que de mis supuestos amigos.

Pasaron los días.

Me ofrecí a ayudar en el refugio a cambio de una cama. Lavé, limpié, doblé. Algunas mujeres comenzaron a preguntarme por mi acento, por mi historia.

—Estudié Historia del Arte en Oxford —dije.

—¿Y cómo terminaste aquí?

No respondí.

—No importa —dijo una voluntaria—. Aquí nadie juzga.

Ellas me contaron sus vidas, sus cicatrices. Todas habíamos escapado de algo.

Y por primera vez… no me sentí sola.

Una noche, mientras ordenaba ropa donada, una voluntaria se acercó.

—Selene, alguien te busca en la entrada.

—¿Quién?

—No dijeron. Pero… es un hombre. Muy distinguido.

—¿Cómo es? —pregunté en voz baja.

—Abrigo largo y caro. Habla poco, pero impone presencia.

Mi corazón golpeó contra mis costillas.

No podía ser Edmund.

Me obligué a repetirlo una y otra vez. Lo había arrojado al mar, lo había visto hundirse bajo el agua. Estaba muerto.

Quizá era Nathan, pensé. Tal vez los guardias del edificio lo habían contactado y, al enterarse de lo sucedido, me buscó hasta encontrarme.

Apreté a Theo contra mi pecho, asegurándome de que su pequeño cuerpo se mantuviera caliente junto al mío, y di un paso. Luego otro. Con cada metro, la ansiedad me apretaba el pecho con más fuerza.

Afuera, más allá de la puerta, el aire era frío. Pero lo que realmente me congeló fue verlo.

Julian Lockhart.

El mundo pareció detenerse.

El mejor amigo de Nathan.

El mismo chico que se burlaba de mi acento. Que reía cada vez que intentaba parecer fuerte. Y ahora estaba allí—en un refugio, como salido de otro mundo.

Seguí caminando hasta quedar frente a él. No importaba cuántos recuerdos dolorosos resurgieran. No importaba si alguna vez me había roto el corazón con bromas crueles. Ahora tenía algo mucho más importante que el orgullo: mi hijo.

—¿Mi primo te envió? —pregunté.

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