Mi novio y mi hermano se enamoraron de la muchacha pobre que mi familia acogió en casa. Ella me quitó el amor, la familia… todo. Y fue ahí cuando decidí desaparecer para siempre. Después de que me fui, ese hombre —el mismo que un día me dijo, sin un gramo de piedad, que ojalá me muriera— terminó perdiendo la cabeza buscándome.
Leer más—¿Entonces... ya no hay vuelta atrás?Nelson aún no quería rendirse. Volvió a insistir, con la voz apenas sostenida por la esperanza.Elsa no dijo nada, pero ese silencio... ya lo decía todo.Ese silencio fue lo último de ternura que Elsa le dio.No es que no pudiera decirle que no. Lo que no sabía era cómo irse sin romperle el corazón.—Ya entendí —murmuró Nelson, bajando la cabeza. Al fin, se rindió.Elsa lo ayudó a incorporarse y sacó de la bolsa de su bata una cinta de casete.Nelson la reconoció en cuanto la vio. Era el primer regalo que Elsa le había dado: una grabación con sus canciones favoritas.Pero él, al enamorarse de Ivana, queriendo cortar todo lazo con Elsa, se la había devuelto junto con la grabadora.Fue, sin duda, la decisión que más lamentó en su vida.Después, al no encontrar la cinta por ningún lado, pensó que Elsa la había destruido junto con todo lo que le recordaba a él. Nunca imaginó que ella la había guardado todo ese tiempo.—Debí haberla quemado —dijo ella,
Aunque ya era primavera, él seguía sintiendo frío en todo el cuerpo.Solo cuando el sabor a hierro le llenó la boca, Nelson se dio cuenta de que se había mordido el labio hasta hacerlo sangrar.Para llegar a este reencuentro… había buscado sin descanso durante mil amaneceres y mil noches, a lo largo de doce meses.Recorrió toda la ciudad, cada rincón, dejando los estudios atrás sin dudarlo un segundo.El rector, al verlo apagarse poco a poco, incapaz de soportar cómo uno de sus mejores alumnos se venía abajo, terminó por darle la información que buscaba: dónde estaba Elsa.En cuanto la tuvo, Nelson compró el primer vuelo que encontró.Viajó sin parar, sin dormir, sin siquiera tomar un vaso de agua.Lo único que quería era verla. Volver a tenerla enfrente.A esa persona que no salía de su cabeza ni un solo segundo.Pero cuando por fin la tuvo delante, se dio de lleno contra una realidad que dolía más que cualquier golpe.Elsa ya no era la chica dulce y paciente que solía esperarlo sin q
Bajo el cielo estrellado, Alberto estaba encogido, en silencio, sentado en un banco de piedra.Apoyó el antebrazo sobre las rodillas de Elsa, pero no podía apartar la mirada de su cara.La luna le caía suave sobre la piel. Parecía brillar por cuenta propia, incluso en la oscuridad.Solo cuando la pomada tocó la quemadura soltó un quejido agudo. Ahí volvió en sí.—Está bastante fea. Si no la cuidas, te va a quedar marca. Tú también estudias medicina, ¿cómo se te ocurre no tener cuidado?—No es para tanto. Soy hombre, ¿quién se va a fijar en una cicatriz en el brazo?—Yo sí me fijo —suspiró Elsa.Al oírla, se quedó quieto, parpadeando, sin entender bien lo que acababa de escuchar.Cuando terminó de ponerle la pomada, Elsa lo miró con calma:—Alberto, mañana vuelves a la universidad. Sé lo que sientes por mí, pero ahora no estoy en un momento para pensar en el amor. No quiero que pierdas tu tiempo por mí.Alberto abrió la boca para decir algo, pero Elsa lo interrumpió:—El próximo año es
A un lado del césped, bajo un ginkgo al oeste del Instituto Médico, Elsa encontró un rincón soleado y se sentó un momento.Todavía le quedaba en la nariz ese olor persistente a desinfectante del laboratorio.Aflojó un poco el cuello de la bata blanca y por fin respiró aire fresco, mientras arrojaba migas de pan integral a un grupo de palomas grises y blancas que se le acercaban sin miedo.Llevaba tres meses en el instituto.Desde que empezó en el laboratorio, pasaba días enteros ahí dentro.La tarjeta estaba tan metida en el bolsillo que ya parecía pegada a la bata.Ese ritmo tan agotador, que para muchos sería insoportable, para ella no era gran cosa.Después de todo lo que había pasado, eso no le parecía nada.En el equipo de investigación de nuevos medicamentos, trabajaba con algunos de los maestros más brillantes del mundo médico.Aunque por ahora solo era asistente, en esos tres meses había aprendido más que en toda su vida.Incluso guardaba una libreta al lado de la almohada, lle
Los puñetazos sonaban secos, duros, llenando la sala. Cada golpe le caía encima como castigo.Sus gritos se volvían cada vez más débiles, entrecortados, apenas podía respirar.Tenía la cara cubierta de lágrimas, mocos y sangre.—Lo... lo siento, Eduardo... —sollozaba—. No soy más que una bastarda sin padre ni madre... yo solo quería una familia... por eso mentí...Se aferró al pantalón de Eduardo y se dio contra el suelo con la frente; le quedó la marca de inmediato.—Perdóname, por favor... te lo ruego... no voy a mentir más... no más...Eduardo la miraba con los ojos encendidos de rabia.Y lo único que hizo fue volver a golpearla.Cuando por fin se detuvo, Ivana yacía en el suelo, sin moverse, sin fuerzas, sin voz.—Papá... —dijo Gustavo con la voz grave—. El día del accidente... ¿quién me dio sangre en realidad?El cuerpo de Eduardo se estremeció. Y de pronto, empezó a golpearse la cara con ambas manos, fuera de sí.—¡Fue Elsa! —gritaba, jalándose el pelo—. ¡Yo... yo estaba ciego! S
Justo cuando Eduardo estaba a punto de tirar la grabadora al basurero, Nelson dio un paso al frente, firme:—¡Espera! Quiero escuchar qué tiene grabado.Las palabras de los Lima le habían hecho saltar una alarma. Esa grabadora no estaba ahí por casualidad. Elsa la había dejado a propósito, dentro de una caja de regalo, bien a la vista, sobre el escritorio. Tenía que significar algo.—¿Para qué oír eso? Capaz dejó alguna maldición contra nosotros... qué mala vibra. Mejor tírala —soltó Eduardo, fastidiado.De repente, Ivana se levantó de golpe. Lo hizo con una desesperación tan fuera de lugar que no parecía ella.Fue directo a la grabadora e intentó sacar la cinta. Estaba visiblemente alterada.—¡No la toques! —gritó Nelson, interponiéndose sin pensarlo.Forcejearon unos segundos, pero en medio del tironeo, Nelson logró presionar el botón de reproducción.Un zumbido estático llenó la sala. Después se oyó la voz de Ivana, con una seguridad y un tono sobrador que nadie le conocía.—Elsa,
Último capítulo