Lo miró sin decir nada, con cara de estar harta. Después de todo, cuando el corazón ya está en pedazos, una deja de esperar algo de cualquiera.
—Ya lo sé —soltó con voz tranquila.
Gustavo la miró como si no pudiera creerlo.
—¿En serio? ¿Eso es todo? ¿Después de todo lo que Nelson hizo por ti? Desde que mamá murió, te volviste… no sé… rara. ¡Ivana casi se muere por tu culpa, y ni siquiera has preguntado cómo está! Ja, ya entendí, estás celosa. Piensas que Ivana te ha quitado el cariño de todo, ¿no? ¿Quieres que se muera? ¿Es eso verdad? —escupió—. ¡Ivana ya ha sufrido suficiente como para que la envidies! ¿En qué momento te has vuelto tan cruel?
Elsa casi soltó una carcajada.
«¿De verdad alguien que quiere morirse va a calcular tan bien la dosis… justo para que la encuentren a tiempo?», pensó.
Ya lo conocía. Durante años, Ivana se había ganado a todos con trucos así, uno tras otro. Y, cada vez, se llevaba algo más que antes le pertenecía.
Podía intentar explicarlo, claro, pero ¿para qué? Al final, siempre terminaban culpándola. Incluso, cuando no decía ni una palabra. Hasta su silencio les molestaba… ¡Era una locura!
Antes de irse, Gustavo le soltó la última:
—¿Sabes? Ojalá la que me hubiera dado sangre ese día… hubieras sido tú. Eres mi hermana de sangre, ¡pero te escondiste cuando más te necesitaba! Te odio.
Dicho esto, cerró la puerta de un portazo, sin mirar atrás.
Hacía medio año, un conductor borracho había atropellado a Gustavo. Había perdido demasiada sangre, y el hospital apenas contaba con reservas, por lo que faltaban 1400 mililitros.
Eduardo y Elsa iban a donar juntos.
A Eduardo, con apenas 200 mililitros, ya le daba vueltas la cabeza. Se quejó, puso cara de mártir… y pidió que le sacaran la aguja. Mientras que Elsa, con 800 mililitros, apenas podía mantenerse en pie. Sin embargo, pensó en su hermano, apretó los dientes y aguantó hasta que le sacaron los 400 mililitros restantes.
Sin embargo, al despertar, se encontró sola en una habitación antigua y vacía.
Eduardo, con tal de que Gustavo congeniara con Ivana, le había contado que había sido ella quien lo había salvado… que ella había donado toda esa sangre.
Después del alta, Elsa había ido a buscar a Gustavo para explicarle. Pero él la había abofeteado, y, llorando, le había gritado que no la había visto cuando más la necesitaba y que Ivana casi se había muerto para salvarle la vida.
Elsa, tragándose el dolor, le pidió que fuera al hospital y revisara los registros, asegurándole que allí encontraría la verdad. Pero él nunca lo había hecho. Hasta ese momento, seguía convencido de que el veinte por ciento de su sangre era de Ivana. Por lo que, para él, Elsa ya no contaba como hermana. Sino que era una cobarde más, que le había fallado cuando tenía que estar.
Sin embargo, a Elsa ya daba igual. Estaba harta y sabía que intentar explicarlo no cambiaría nada.
Pensando en esto, se dejó caer en el sofá y miró la casa donde ya no quedaba ni una pizca de calor.
Afuera, el viento silbaba sin parar, colándose hasta donde ya no quedaba silencio.
Elsa cerró los ojos y se tapó los oídos. Pero no había salida. Ese aire espeso, denso, que lo aplastaba todo, la envolvía sin compasión.
Si en esa casa ya nadie la necesitaba...
Si a nadie le importaba si estaba ahí o no...
Entonces, lo mejor era desaparecer para siempre.