Capítulo 3
Al cruzarse con esa mirada vacía, bajó los ojos. Pero, en cuanto recordó que Ivana estaba internada, apretó la mandíbula, se dio media vuelta y salió sin decir nada.

Alberto se quedó helado al verlo irse así. Llevaba tiempo sintiendo algo por Elsa, pero siempre había sido consciente de que estaba con ese novio de todo la vida…, a quien conocía desde la infancia. Por lo que decidió tragarse todo lo que sentía y lo guardó bien, como siempre.

Durante mucho tiempo había envidiado ese hombre que ni siquiera conocía. Pero nunca, ni en sus peores pesadillas, imagino que, justo cuando Elsa más lo necesitaba, él elegiría irse con otra.

La herida del brazo seguía sangrando, pero Elsa ni siquiera se inmutó. Seguía ahí, ida, con la mirada perdida… como si estuviera en otra parte. Y, verla así, no hizo más que apretarle el pecho.

Alberto no podía imaginar cuánto la había roto Nelson… para que ella, que siempre sonreía, terminara así: apagada, sin alma.

—Elsa… voy por unas gasas —dijo, antes de salir de la habitación.

Un momento después, luego de curarle la herida, Elsa le pidió que la ayudara a tramitar el alta.

Antes de salir, Alberto le tocó el brazo con cuidado. Sabía que en la casa de los Lima ya no quedaba sitio para ella, y, si no tenía dónde ir, él estaba más que dispuesto a ofrecerle cobijo por unos días.

Podía cuidarla… si ella lo permitía.

Pero Elsa solo le devolvió una sonrisa triste y negó con la cabeza…

No quería arrastrar a nadie más con ella.

***

Cuando volvió a la casa de los Lima, le llegó un mensaje de Eduardo.

«Ivana acaba de salir del lavado gástrico. Necesita compañía, así que hoy no volvemos.»

«Hay comida en la cocina. Caliéntala cuando llegues».

Lo que había en la mesa eran restos fríos y una sopa sin gusto. No era ni de lejos una cena pensada para ella, sino los restos de la de Ivana.

No obstante, Elsa ni se inmutó. Después de todo, ya ni valía la pena decir nada. A esas alturas, nada le sorprendía.

Desde que Ivana había llegado a la casa, Eduardo solo tenía ojos para ella. Decía que la pobre se había criado en el campo, que nunca había comido bien, y que, por eso, a ella siempre había que darle lo mejor. Y, claro, como Elsa era la mayor, le tocaba hacerse a un lado, callarse y aguantar.

Ella nunca había sido de hacerse notar, ni de pelear por lo suyo. Solo miraba, callada, mientras, despacito, Ivana iba quitándole todo. Hasta se había apropiado de su cuarto. Por lo que Elsa, dormía arriba… en el altillo, con goteras y una cama tan dura como una piedra.

Quizás para Eduardo, Ivana, tan dulce y complaciente, era la hija que siempre había querido.

Justo cuando pensaba esto, la puerta se abrió dando paso a Gustavo, quien entró con una bolsa en la mano.

Al verla, frenó de golpe y bajó un poco la mirada. La expresión se le cerró enseguida. Era evidente que ya no intentaba disimular nada.

—Vine por unas cosas de Ivana. Lo del baño. Ah, y Nelson dijo que lo de ustedes ya fue. Que mejor terminen bien. Que Ivana está mal otra vez y no la puede dejar sola. Ten, también me dijo que te devuelva esto —dijo, mientras sacaba una grabadora pequeña, que le puso en la mano.

Era el primer regalo que Elsa le había hecho a Nelson.

De pequeña no tenía dinero para hacerle regalos caros, así que había estado medio año juntando lo del desayuno para poder comprársela. En ella le había grabado una gran cantidad de canciones que a él le encantaban.

Aún recordaba cómo Nelson, con los ojos llenos de lágrimas, la había abrazado ese día y le había prometido que cuidaría toda su vida de ese regalo.

Pero ahora… ni siquiera tenía el valor de devolvérselo él mismo.

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