—Estoy un poco cansada —dijo con calma—. Voy a parar unos días y hacer un viaje corto. Nada lejos.
Elsa no pensaba decirle la verdad... al menos no todavía.
Le mostró en el celular el itinerario que estaba viendo. Todo se veía normal.
Nelson, al ver que no mentía, por fin le soltó el brazo y se le suavizó la expresión.
—Así está mejor. No seas exagerada, es solo una patente. Si quieres, luego inventas otra.
Justo en ese momento, sonó su celular, con una llamada de Gustavo.
—¡Nelson! ¿Dónde estás? Ivana se despertó y no te encontró. Se puso mal otra vez, empezó a golpearse contra la pared... está sangrando mucho. ¡Apúrate, ven ya!
Nelson salió corriendo, pero, antes de irse, se volvió hacia Elsa.
—Ve a despejarte, pero no te vayas muy lejos, ¿sí?
«Tranquilo... no me iré tan lejos. Solo lo justo para que no puedan encontrarme», pensó Elsa, sonriéndole sin decir nada.
Al cruzar el patio, Nelson volvió a ver las cenizas y otra vez sintió esa presión en el pecho. Pero enseguida se convenció a sí mismo: «Ya está… Si fue capaz de quemar todo eso, entonces ya no le importa nada. Y yo sintiéndome mal por ella… Por favor».
Y, sin embargo... algo adentro no lo dejaba tranquilo. Sentía que Elsa le estaba escondiendo algo.
Luego se repitió a sí mismo, bajito:
—Ya... deja de pensar tonterías. ¿A dónde podría ir? Ahora lo importante es Ivana.
Y con eso en mente, volvió a dejar a Elsa atrás.
En los días siguientes, Elsa se unió a un tour por la ciudad y recorrió todos los sitios turísticos. Viajaba con un grupo de chicos de su edad, por lo que la energía se contagiaba sola.
Vieron el atardecer desde la cima de la montaña, cantaron bajo las estrellas, hicieron parrilladas. Ahí, Elsa no era hija ni hermana ni novia de nadie… Y, lo mejor: no había reproches ni traiciones ni culpa. Por primera vez, sentía que la vida valía la pena… solo porque era suya.
La última parada del viaje fue un restaurante jardín, de esos bonitos, con aire elegante. Elsa eligió una mesa junto a la ventana y se acomodó para pasar una tarde tranquila.
Pero entonces, la puerta se abrió y entró Ivana.
Ese día le daban el alta, y toda la familia había ido a celebrar.
Eligieron la mesa más visible. Champaña, regalos, pastel… todo estaba frente a Ivana, brillando solo para ella.
Sentada con esa cara de niña mimada, lo tenía todo al alcance de la mano. Cosas que Elsa jamás había tenido. Ni siquiera una vez.
Eduardo le sirvió una copa, pero Nelson lo detuvo, algo incómodo:
—Ivana acaba de salir del hospital. No debería beber.
—¿Y qué? ¿Voy a brindar solo? —dijo Eduardo—. Nelson, si quieres, tómala tú por ella.
—Tranquilo —dijo Ivana, con voz suave, inclinándose hacia él—. Puedo tomar un poco. Eduardo está feliz hoy... no quiero arruinarle la celebración.
Se le acercó al oído, tan cerca que casi no quedaba aire entre ellos. Cualquiera que los viera habría pensado que eran una pareja enamorada.
Gustavo, viendo el ambiente, gritó en tono de broma:
—¡Bueno, si no van a brindar, entonces dense un beso!
Eduardo se animó también.
—¡Así sí! A ver, si se besan, le quito la champaña a Ivana.
La cara de Ivana se puso roja... pero no dijo que no. Solo lo miró, tímida, con una chispa brillando en sus ojos, y alzó el mentón, como si esperara algo.
A Nelson se le secó la garganta. Ella estaba hermosa, con ese gesto de niña traviesa que sabía perfectamente lo que provocaba.
Sintió el calor subirle por el cuerpo. Y, justo cuando dudaba, Ivana se le acercó de golpe… y lo besó.
Él no se lo esperaba, por lo que, al principio, quiso apartarse. Sin embargo, cuando sintió su piel cálida, y la forma en la que se pegaba a él, suave, segura… terminó cediendo. Sin poder evitarlo, respondió al beso, con la respiración entrecortada, dejándose llevar.