Mientras todo este drama sucedía entre Nueva York y Londres; en México, Gabriel, tal como cada mes, visitaba la tumba donde estaban sepultadas las cenizas de Liliana.
A pesar del tiempo, a pesar de la terapia, en su conciencia, no paraba de reprocharse todo, sí, todo. Él no podía parar de recordar y sentir una gran angustia y dolor al mirar atrás y ver la manera tan cruel y despectiva en la que decidió terminar su relación.
La vida de Gabriel no había podido ser la misma, pues una y otra vez, su mente le jugaba malas pasadas. Recordaba lo mejor de su relación con ella, lo peor que salió de él y, siendo honesto consigo mismo, debía admitir que, la mayor culpa que sentía no era su accionar en los últimos días.
La mayor culpa que él cargaba, prácticamente, era, su reacción cuando Frida y Thiago le contaron que Liliana era autista.
Él se avergonzaba de que lo primero que vino a su mente no fue la inocencia de la chica, no, lo primero que vino a la mente fue el que sí aquella “enfermedad o