XLVII Déjà vu

—Eras una linda chica —dijo Max, sosteniendo una fotografía de Trinidad en la que se apreciaba el bello rostro que había tenido en vida.

Trazó una línea desde la fotografía de Misael en su mural y la pegó allí.

—Esto se pone cada vez peor, Rojas. La muerte ronda a tu magnate. ¿Será que el fantasma no está tan muerto como pensábamos? ¿Será que no era quien pensábamos?

Al atardecer, el médico forense comprobó las sospechas que tenían. La causa de muerte había sido asfixia por estrangulación.

—Hay varios huesos fracturados en el rostro, pero no hay señales de golpes contundentes —dijo el hombre.

El cuerpo de Trinidad reposaba en la camilla metálica, con la Y en el torso desfigurando aún más su fisonomía.

—¿Podría ser atribuible a una mordida? —preguntó Max.

—La presión de una mordida explicaría las fracturas y concordarían con las marcas en su pecho —Señaló el que estaba desgarrado. Habían incisiones que bien podrían ser de colmillos—. El tamaño del hocico que tiene estos colmillos no es
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