XLVI Respirar fuego

Misael terminó de revisar unos documentos, tecleó algunas correcciones y las envió a Clarisa. El silencio volvió a la oficina, sólo interrumpido por el tic tac de su reloj.

El latido de un corazón agónico, así había descrito su sonido Sara. No era una idea nueva. Él debía haber tenido unos cinco años cuando, en una visita a la empresa de su padre, lo oyera por vez primera.

"¿Hay alguien viviendo en tu reloj?", le preguntó.

"Así es", le dijo su padre. "Una mujer malvada que fue castigada por sus crímenes".

Desde ese momento, tuvo la idea fija de abrir la tapa y ver si dentro estaba su madre. En aquel entonces, él aún la añoraba.

Y no la encontró dentro del reloj.

Se reclinó en su asiento y cerró los ojos. Ese corazón que latía con el pasar de los minutos no era uno agónico, pero lo sería pronto. Era un corazón asediado por el miedo más absoluto e intenso que pudiera existir: el miedo a la muerte.

Imaginaba que así se oiría el corazón de la bruja atada en la hoguera, sin ninguna posibi
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