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CAPITULO 5: El teléfono desechable y la declaración de guerra

El sol apenas se había puesto sobre Milán, pero la Villa Vieri ya estaba envuelta en una oscuridad protectora. El ambiente, siempre tenso, había mutado en una furia fría y controlada. Demian Vieri se encontraba en su estudio, no solo molesto por el control de Gabriel Volkov, sino enfurecido por su descaro.

A su lado, Matteo estaba examinando el teléfono rastreado que Valentina había dejado sobre el escritorio. Matteo, con sus herramientas de contrainteligencia, era el único capaz de neutralizar la amenaza digital sin alertar a la Bratva.

—Es sofisticado, Padre —dijo Matteo, sin levantar la mirada. Su voz era baja y sin emoción—. Un software de rastreo de nivel militar. Se activa por GPS y triangulación de señal. Está diseñado para que la única forma de desactivarlo sea destruyendo el teléfono.

—Destrúyelo —ordenó Demian, su voz era grave, peligrosa.

—No, no lo hagas, Matteo —intervino Valentina, que había sido convocada a la reunión familiar—. Si lo destruimos, Volkov lo sabrá inmediatamente. No queremos que sepa que sabemos que nos está rastreando.

—¡Es un GPS en tu bolso, Valentina! —explotó Alessandro, golpeando la mesa de madera con la palma de su mano. La furia lo hacía temblar—. ¡Te está marcando como propiedad! Es el colmo de la insolencia. Deberíamos devolverle el maldito teléfono con el dedo de Igor dentro.

—Cálmate, Alessandro —advirtió Valeria, aunque su propio rostro estaba pálido por la tensión—. Valentina tiene razón. La reacción debe ser estratégica, no impulsiva.

Demian ignoró la discusión. Sus ojos, antes cálidos, se habían convertido en pozos de ira.

—Este hombre no está invirtiendo siete millones. Está comprando un rehén para acceder a mi vida. Y eso no lo voy a permitir. Volkov ha cometido un error.

Demian se levantó de su asiento, su figura se alzaba imponente. Miró a sus hijos y a su esposa. Esta no era una reunión de negocios; era una declaración de guerra familiar.

—Escúchenme bien. A partir de ahora, nuestra hija no camina sola. Alessandro, te quiero pegado a ella como una sombra. No como su hermano, sino como un muro. Si ese ruso se acerca a ella fuera de sus citas de "trabajo", lo matas. ¿Entendido?

—Con gusto, Padre —respondió Alessandro, y una sonrisa cruel apareció en su rostro, su celo protector aliviado por una orden de asesinato.

—No —dijo Demian, levantando un dedo, su tono se volvió aún más letal—. No lo haces tú. Lo hacemos todos.

Se volvió hacia su hijo menor.

—Matteo, quiero que utilices ese rastreador como una herramienta. No lo desactives. Consigue un teléfono idéntico, clona la aplicación y duplica la señal. De ahora en adelante, el teléfono de Volkov rastreará la señal del nuevo teléfono desechable que estará con Alessandro. Valentina lleva el original solo cuando es estrictamente necesario, y luego lo deja en un lugar seguro.

Matteo asintió, la primera chispa de satisfacción brilló en sus ojos. Este era el tipo de estrategia fría que Marco Vieri habría elogiado.

—Y en cuanto a ti, Valentina —continuó Demian, su voz se suavizó apenas, reflejando el amor feroz y posesivo que sentía—. Eres mi hija. Eres lo más valioso que tengo. Volkov debe entender que esta no es una negociación de territorio, sino de vida.

Demian se acercó a su hija y la abrazó con una fuerza que le quitó el aliento.

—Si ese hombre, o cualquier miembro de su Bratva, te toca un solo cabello, te promete tu padre que la Costa Norte masacrará toda la organización Volkov desde Milán hasta San Petersburgo. No habrá negociación, no habrá cuartel. Declararemos la guerra total y borraremos su apellido de la faz de la tierra. ¿Me escuchaste?

Valentina, aunque conmovida por la intensidad del amor y la amenaza, se sintió también ahogada por la posesión de su padre.

—Lo escuché, Padre. Pero no soy un paquete que necesita ser escoltado. Soy su asesora —dijo ella, intentando reafirmar su independencia.

—Eres mi hija. Y punto —concluyó Demian, finalizando la discusión.

[El Primer Día de Engaño - Horas Después]

El plan de Matteo se puso en marcha con precisión de cirujano. Valentina, sintiéndose más como una espía que como una curadora, acudió a una tienda de móviles a las afueras de Milán, donde compró un teléfono desechable idéntico al que Gabriel le había dado.

Matteo se encargó de la clonación de la señal, asegurándose de que el teléfono duplicado (el "fantasma") fuera el que pasara el noventa por ciento del tiempo en manos de Alessandro o quieto en un lugar seguro, mientras ella usaba el suyo solo para las llamadas de Gabriel.

El primer día de trabajo de Valentina fue, por lo tanto, una farsa. Ella salió de la villa a las diez de la mañana, pero el teléfono rastreado (el fantasma) fue con Alessandro, quien lo dejó sobre una mesa en una cafetería llena de gente, actuando como un señuelo.

Mientras el "fantasma" de Valentina estaba en la cafetería, la verdadera Valentina se dirigía a un almacén de arte moderno en el barrio de Brera. Estaba buscando activamente la pieza que simbolizara el caos y que pusiera a prueba la obsesión por el orden de Gabriel.

Encontró lo que buscaba en la obra de una artista lituana. Era una escultura de acero retorcido y fragmentado, que parecía haber sobrevivido a un accidente catastrófico. Su nombre era: Fractura.

—¿Te molesta, verdad? —susurró Valentina al teléfono original, sabiendo que Gabriel podría estar escuchando si activaba el micrófono, pero consciente de que el rastreo mostraba a su "fantasma" lejos—. Esto es caos, Gabriel. Y esto es lo que vas a conseguir.

[El Control y la Obsesión de Volkov]

Mientras tanto, en su oficina fría y metódica, Gabriel Volkov estaba observando el punto azul en el mapa. El punto azul, que supuestamente representaba a Valentina, había pasado una hora en la zona de cafeterías de Milán, y ahora se dirigía a un barrio de galerías de arte menor.

—Se está moviendo con mucha lentitud, Igor —comentó Gabriel, sin apartar los ojos de la pantalla. Había algo inusual en el patrón. Los Vieri nunca hacían nada lento.

—Tal vez está disfrutando de su nuevo estatus, Kapitán —respondió Igor.

—No. Ella no es la que se toma su tiempo. Ella es el caos. El caos es rápido y ruidoso. Este movimiento es... calculado. Y eso no es Valentina.

Gabriel sintió una punzada de frustración. Los Vieri habían detectado el rastreo. No le sorprendía; era una prueba. Pero lo que realmente lo irritaba era que no sabía dónde estaba ella.

—Están jugando —murmuró Gabriel, su voz era un hilo de ira contenida—. Creen que pueden engañarme con un señuelo.

Lo que más le irritaba no era el fallo en la contrainteligencia, sino el hecho de que su acceso a la verdadera Valentina se había cortado. Él no podía controlarla si no sabía dónde estaba. Y él necesitaba controlarla, no solo por la venganza, sino por la inexplicable obsesión que había surgido desde que ella derramó aceite sobre su traje.

—Quiero que dupliques la vigilancia. Quiero que cada movimiento de los Vieri sea registrado. Y quiero que averigües qué está comprando —ordenó Gabriel.

El Kapitán se acercó a la ventana de cristal, contemplando la ciudad. El desafío no era el rastreo, sino la guerra fría que Valentina había iniciado. Demian Vieri había puesto precio a la cabeza de la Bratva si tocaban a su hija. Gabriel no dudaría en cruzar esa línea, pero primero, necesitaba encontrarla y, lo más importante, desarmarla.

—El Guardián necesita su opuesto, Igor —dijo Gabriel, su mirada era sombría—. Y yo necesito encontrar a la verdadera Fractura antes de que me destruya mi plan.

El juego había escalado de un simple rastreo a una peligrosa partida de ajedrez donde el premio era el corazón de Valentina y la cabeza de Gabriel.

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