Cuando Massimo se fue, no se escuchaba nada en la casa. Ese silencio que me pone los nervios de punta. Me quedé parada en la entrada, viendo cómo se alejaba su auto, como una idiota. No sabía si me ponía nerviosa por lo que había pasado o porque me daba miedo quedarme sola con Isabella después de la bomba que había explotado. Me sudaban las palmas. La boca seca. Todo el cuerpo tenso.
Fui a la cocina y preparé desayuno. Jugo de naranja, pan tostado, fruta. Necesitaba hacer algo con las manos o me iba a volver loca. Mientras cortaba la fruta, me temblaron un poco los dedos. El cuchillo se me resbaló dos veces. No sabía cómo iba a manejar a esa mocosa. No sabía si quería que me odiara más o si me daba lástima. Probablemente las dos cosas a la vez. Su mundo se había desplomado.
Subí a su cuarto con la bandeja. La puerta estaba un poco abierta. La empujé despacio. Estaba sentada en la cama, viendo la pared. Los hombros caídos. Las piernas encogidas. Por primera vez la vi sin esa actitud de