Antes de que Victoria o Isabella se despertaran, ya sabía que tenía que hacer algo más. No podía quedarme ahí sentado esperando a que todo se fuera a la mierda.
Me serví el último trago de whisky que quedaba en la botella. Me lo tomé despacio, sintiendo cómo me quemaba la garganta y me bajaba hasta el estómago como fuego líquido. Era lo único que me mantenía cuerdo en ese momento.
Me puse el saco, abrí la puerta del despacho y salí hacia el jardín. El aire frío de la madrugada me dio una cachetada en la cara que necesitaba. La casa estaba en silencio, pero ese silencio no me tranquilizaba para nada. Era como el silencio antes de que explote una bomba. Se venía la guerra y todos lo sabíamos.
—Tino —grité.
El tipo apareció en segundos, como siempre. Tino era de esos que sabían cuándo yo estaba de mal humor y aparecían antes de que los llamara. Tenía la cara seria, pero los ojos le brillaban de los nervios.
—¿Qué necesita, jefe?
—Junta a todos los muchachos. Los quiero en la parte de atr